Del desorden qué más pensar, salvo obedecerlo, consentir sus bailes locos, escuchar el vértigo cuando hace que pese el aire y duela al aspirarlo, pero ese peso y ese dolor son nuestro peso y nuestro dolor. El vértigo de la sangre es desorden y también el latido que la percute. El aire, cuya arquitectura es intangible, es desorden. El mismo orden, si se contempla con quietud y oficio, es desorden. Obstinarse en remediarlo no conduce a nada. Él regresa, hace residencia en los primores de la geometría. Si hago balance del desorden, el que yo haya acarreado, el dictamen es positivo. El hecho de que escriba proviene de esa querencia a que lo imprevisto me conforte, a no saber de qué escribiré y confiar en que el texto, a pesar de todo, transcurra, incluso fluya. Todos estos textos míos breves serán una evidencia de que soy incapaz de acometer textos largos. El único que he hecho (Un árbol de niebla, una novela de apenas trescientas páginas) me ocupó mucho tiempo y me dio satisfacciones y quebrantos. Tendría que haber dispuesto de una vida paralela a la corriente en la que un yo paralelo al corriente se entregara con absoluta fruición y disponibilidad total para acometer su trabajo a plena satisfacción. Aún así, me siento orgulloso de ella. La necesidad de saber qué hacía y, sobre todo, la de disfrutarla mientras se escribía al modo en que disfruto de las novelas de los escritores que admiro, baldío afán, si se me permite la anotación, impuso un orden, un progreso de las circunstancias que transcurrían en ella, no pocas. Cuando concluyó, sentí una especie de liberación. La han leído tres personas. Por cercanas, por queridas, dijeron que bien, que les gustaba. No entraré en otras alabanzas que no cuadrarían aquí. Pensé en no escribir otra y hasta se me ocurrió dejar de escribir completamente. Ese deseo ronda de vez en cuando. Sería el orden el que me espantó. Esa inquietud duró poco. El lector que venga por aquí con frecuencia conoce mi absoluta dedicación a escribir. No sé qué pediría al año entrante, si es que algo le solicito. Probablemente dé por bueno que las cosas sucedan sin que yo tenga intendencia en ellas. Ese dejarse es propiciatorio a que cuanto llegue me agrade. El mismo orden podrá exhibirse, cortejarme, ofrecerse para que yo me incline y lo abrace. Nació del caos, es el caos cuando se decide a desdecirse. Cuatrocientos treinta un textos vertidos del caos al caos este año que mañana fenece. Creo que debo atemperar el pulso. No lo registro para que se me aplauda el ímpetu, todo ese temblor maravilloso de empezar a escribir. Mañana será otro día. El último de la semana, del mes, del año. Tiene pinta el lunes de no ser tan despiadado como suelen los lunes. Ya veremos. A todos los que habéis dejado un poco de vuestro tiempo en leerme en el blog o en el muro de Facebook os doy infinitas gracias. También hubo un libro, el séptimo que he publicado. Los mundos sutiles (100 apuntes sobre el arte de la escritura), editado amorosamente por Cypress, contó con una presentación maravillosa en mi pueblo (en el que ya no vivo). Vinieron los amigos. Algunos tomaron la palabra y leyeron. Todo fue hermoso. Cuando miro el libro en casa, ni mío me parece. Uno escribe para que se le lea. Ese escrutinio extenso de lecturas y de lectores me hace inmensamente feliz.
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