Tan de no apreciarse son que, una vez intimados, duele haber aplazado su manejo. A los ángulos muertos los desprestigia el adjetivo, calzado con brusquedad, ocupando con absoluta vehemencia la solemnidad de lo roto. Persisten en ese desahucio moral, pareciera que anhelen una atención, como si mendigaran el afecto que reiteradamente concedemos a todos los otros ángulos. Su reino, como el otro, no es de este mundo. Lo que tutelan es también digno de aprecio. Todas esas zonas difíciles a las que aplican su labor son, en realidad, las de mayor importancia. Se las ignora por no estar tan franca su visión, por requerir un esfuerzo más considerable o por creer que nada de lo que nos ofrezcan merecerá la pena. Y es la gloria misma lo que contienen. La muerte que referencia el atributo con el que se pronuncian no es tal: es pura vida, alto goce si nos precavemos de la costumbre, que es un negocio gris, una trampa de los sentidos. Lo asombroso es reparar en los ángulos muertos y asumir que todos los demás, aun insuflados de prístina luz, con su pertrecho de claridad, no iluminan del todo.
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