Para Marina Perezagua
Los libros vienen del mar, que es el escenario puro de la aventura. Si se acerca uno lo suficiente a ellos, aprecia el olor a salitre, la impetuosa verdad de las mareas, el infierno de las profundidades, el Kraken malogrando la horizontalidad de los barcos, la huella del Nautilus en los fondos abisales, Jim Hawkins escondido en un barril de las tripas de La Hispaniola, Darwin oteando por primera vez las islas Galápagos, el viejo Santiago en la barca que Hemingway le escribió. El mar es algo irreal. Como los libros. No se sabe bien qué guardan, dónde está su secreto, si algo de lo que preservan cometerá la imprudencia de violentarnos o la bendita ocurrencia de halagarnos con alguna de sus hermosos misterios. El mar es el origen de la civilización, el de la misma vida, si nos ponemos científicos, pero a mí me fascina más la metáfora que el algoritmo, la versificación que la estadística.. El mar es un poema, una ola que no descansa, un argumento infinito, un paisaje sin acabar, un cielo húmedo, una tiniebla azul, un pedazo de la carne de los sueños. Cualquiera que lea, por adentrarse en la procelosa inmensidad de las palabras, es un navegante. Se le puede conceder la posibilidad de que naufrague o de que arribe a puerto, pero cualquiera de esas opciones hará que ame el mar de idéntica manera. De un libro se sale herido, aunque algunos no pasen de un leve mirar las olas desde el paseo marítimo, sin dejarse embaucar por las sirenas que tentaron a Ulises. Todos somos el hombre atado al mástil, pero no nos precavemos contra el canto: nos dejamos llevar por la melodía, esperamos que nos restituya el deseo por la aventura, por la inminencia del fracaso de todas las rutinas que erigimos para salvaguardarnos del miedo. Porque es el miedo primordial el que anhelamos: el miedo como primera medida del asombro, el miedo como motor de la sangre. Leer es un ejercicio similar al de nadar. Las brazadas nos dirigen a un punto indeterminado, pero no hay otro al que queramos ir. Las líneas del texto nos conducen también a ese lugar. La literatura es una tentativa de prospección marítima. Escribir, una apnea.
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