11.12.23

Elogio del fuego verdadero


                      Fotograma de Better Call Saul


Lo que no dicen los objetos ni las personas lo sabe el paisaje. Se le puede confiar la entera rendición de una trama y esperar que la resuelva satisfactoriamente. No habría paisaje sin que alguien lo observe. Su construcción depende de la mirada. No es el mismo nunca, nadie lo entiende de la misma manera. En cierto modo, tampoco es uno idéntico consecutivamente ni quien nos mira. También a nosotros se nos puede atribuir esa fenomenología mudable. Hasta lo cartesiano se maneja subjetivamente. Un coche que arde en mitad de la nada es materia suficiente para escribir una novela de seiscientas páginas. Al paisaje le conviene la amplitud, una especie de apertura ilimitada. Esa preferencia provendrá de nuestro deseo de aventura o de épica. Al coche en llamas le concedemos la elocuencia mayor. Todas las opciones narrativas son verosímiles. En el Renacimiento el paisaje era puro fondo, un tapiz idóneo, una anomalía, un desacato al cuerpo, verdadero protagonista de la pintura. Los pintores posteriores desatienden esa especie de pornografía sentimental y expanden la visión. Al violentarlo, en la pretensión de que aloje las grandes preguntas, le arrogan cualidades humanas. Ya no es el fondo, sino el hecho fundamental del lienzo. El coche que arde es metafísico. Todo lo que arde es metafísico. El fuego verdadero lo que quema es el alma. 

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