Hay placeres que exigen una disciplina estricta para que adquieran todo su esplendor. Anoche, viendo de nuevo Intolerancia, la obra maestra muda de D.W. Griffith, me rendí ante una evidencia incontestable: había perdido toda la disciplina, se me había olvidado todo el placer que Intolerancia me produjo en su día y la contemplaba un poco como si no fuese del todo conmigo y, más que agradarme como antaño, molestase, ocupara el lugar en el que podría estar viendo otra cosa o leyendo un libro o durmiendo sin más. Probablemente no podamos hacer que todo transcurra a entero deseo nuestro y lo que antaño nos prendó siga fascinando ahora. El yo que fui no es el que soy, ni será el que antojadizamente concurra en el (ojalá) venidero futuro. Cuando acabó la película, argüí para mí que no era el momento o que sencillamente los primores de la obra se habían entenebrecido, adquirido esa inconsistencia de las cosas que ya no nos llenan. A lo que no alcanzo es a comprender con más o menos certeza las causas de este desvalimiento mío. No entiendo si es un accidente intelectual o un estado ya permanente que me transportará, sin que se evidencie roto alguno en mis costuras, del cine serio a la morralla distraída con la que en ocasiones me entretengo. Si (continúo) dejaré a Chesterton en un anaquel muy alto, de no fácil acceso, y bajaré a Glenn Cooper, del que tengo una edición de bolsillo de una novela sobre bibliotecas que esconden en sus volúmenes el mismísimo fin del mundo. Las cosas que no trascienden no requieren mayor disciplina que su consumo. Voraz ese consumo, a veces. Y de hecho, salvo que de verdad atesoren algo que las haga perdurar en la memoria, disfruta uno razonablemente con lo que no dura, con lo frívolo, con lo perecedero, con todo lo que no importa, pero entretiene. Y a Griffith, al menos anoche, ya no lo tolero. No creo que esta noche haga la prueba de probar con Eisenstein, vaya que se me caiga en la cabeza el peso completo del acorazado Potémkin. No entra en mis planes echar abajo, en un lapso breve de tiempo, a dos mitos de mi amado cine.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Comparecencia de la gracia
Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...
-
A elegir, si hubiera que tomar uno, mi color sería el rojo, no habría manera de explicar por qué se descartó el azul o el negro o el r...
-
Con suerte habré muerto cuando el formato digital reemplace al tradicional de forma absoluta. Si en otros asuntos la tecnología abre caminos...
-
Celebrar la filosofía es festejar la propia vida y el gozo de cuestionarnos su existencia o gozo el de pensar los porqués que la sustenta...
No hay comentarios:
Publicar un comentario