10.7.23

Elogio del diletante

 Se es diletante sin previa instrucción o ánimo. Todos albergamos uno dentro. Concierne a quien lo ejerce cierta desatención en el quehacer al que se entrega, sin entrar en honduras, manteniéndose en la periferia de las cosas, en su zona blanda. Nos enviciamos en alguna disciplina y le damos cuartel privado, tropa que la descuide de amenazas, altar donde rendir la intimidad de su manejo y aplicación ligera en su desempeño, pero se rehuye procurarle esmero, adiestrarnos en su ejercicio, pulirnos  Hay quien adora desprenderse de sí mismo y probar ser otro o quien insiste en su sustancia y le da la más alta consideración.  Quien sabe algo de casi todo, pero no posee magisterio en nada. Quien prefiere el picoteo frugal, esa insistencia frívola de la que no podremos más tarde extraer otra enseñanza que la meramente accidental, no baladí, si se me permite. Al final, la diletancia (palabra que extrañamente no reconoce la RAE)  es un ensayo de uno mismo. Da igual que se practique en gozo público o la abracemos en soledad. Yo mismo me ejercito en varias. No las prodigo. Acaecen a su antojadizo capricho. Tiene el diletante fama de inhábil que no alcanza logros nobles y ocupa juguetonamente su tiempo. La palabra ha cobrado un sentido peyorativo que no hace justicia a sus primores eufónicos. Su rango peyorativo no le hace justicia. No podemos ser todos sublimes sin interrupción. Ni siquiera el sublime sin discusión lo es inalterablemente e incurre en desviaciones, en ligerezas, en esa debilidad del ánimo que hace flaquear la inspiración y malogra la restitución de esa disciplina. Las hay gozosas y huecas al tiempo. Se podrían nombrar a espuertas. Todas contribuyen a irnos entendiendo, a darle al entretenimiento verdadero oficio. 

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