El dolor nunca se inventa. Podemos impostar la alegría y hasta un amago de felicidad prospera si se ensayan los gestos o predisponemos el ánimo a un simulacro pulcro, trabajado, hecho a no flaquear si se tuerce el empeño o quien nos mira, avisado o de pronto sensible, reconoce la falsedad y no nos toma en serio, pero el dolor proviene de un sitio del que no tenemos propiedad. La risa, en cambio, aflora con mayor prontitud, con la vehemencia de lo irrefrenable; el llanto se toma su tiempo y brota sin que se le pueda coartar. La risa es, sin embargo, muy a menudo tomada a chota, no tomada en consideración ni considerada como bien inmaterial de la humanidad, sostén del equilibrio del alma, placer que rivaliza con cualquier otro con el que nos apartemos de la tristeza o de la razón. El humor es, ante todo, subversivo. También trágico, si no se maneja con magisterio. A Sótades de Maronea, en el siglo III a.C. lo encerraron en un caja de plomo y lo arrojaron al mar por escribir unos versos humorísticos sobre la vida sexual de Ptolomeo II. Se censura el humor si a quien se le aplica está un peldaño más arriba en el status social. A la autoridad no le satisface que el pueblo se desmande en risas, se le contiene o se le reprueba, hasta se le ajusticia. Lo cómico es sano y, en esa higiene del cuerpo y de la mente, fomentarlo debería ser prioridad de las instituciones, que pecan las más de las veces de severas y poco inclinadas a que el humor les defina. Hasta les da quebraderos de cabeza los límites de ese humor. En ocasiones, sobre todo si es bueno de verdad, atenta contra la dignidad y crea controversia su pertinencia para hacer visible una situación. En realidad, es un recurso formidable para que la reflexión prospere. Los chistes, con frecuencia, pecan de irreverencia, que es un concepto fragilísimo.
La corrección política sanciona que se haga mofa de la religión o, pongo por caso, del terrorismo. Habrá líneas rojas, se precisarán si la broma atenta contra la dignidad. Imagino que la educación de quien bromea sancionará lo impropio, se comedirá si lo pensado excede alguna premisa tácita, hay tantas. Cuando la indignación es manifiesta es un juez el que dirime la legitimidad de la chanza. Esa es la feliz contundencia de esta sociedad. Sin sentido del humor, la misma palabra ofensa desaparecería del diccionario. El humor tiene competencias que otras manifestaciones de la inteligencia no alcanzan. Si quien se mofa del holocausto es alguien que lo ha padecido en carnes propios o tiene ascendencia judía se produce una tensión dramática que, más que hilarante, se puede convertir en penosa. Uno recuerda a Gila cuando usaba la guerra para evidenciar los males de la guerra. De hecho, el humor y la tragedia vienen de la mano desde la paternal Grecia, aunque (eso es incontestable) no todo valga. Se tolera cierto humor porque al humor se le concede una dispensa que no se da con frecuencia. Si no molesta, no ha logrado su fin, podría aducir un cómico al que se le cuestione su oficio, pero todavía no hay un consenso, no es posible tal vez que pueda dirimirse qué es lícito y qué no, qué parcela del espíritu podemos tocar y cuál quedará afuera.
Lo malo es que cualquiera puede darse por aludido a poco que se esmere. El humor es una de las más nobles cimas del progreso del hombre. Si se le coarta, si se legisla y hace que acate las normas será otra cosa o incluso cabe que se sojuzgue y condene, que se le apliquen férreas disciplinas, que se censure, al fin, cualquier evidencia de que alguien pueda haberse sentido retratado cuando saca a relucir sus más hirientes puyas. Porque a veces son hirientes y duelen, pero sería más honda la herida y la puya más dolorosa si se le calla. La ironía nos salva. El sarcasmo nos hace fuertes. La sátira nos protege. Banalizar el mal lo arruina. Vivir sin humor es malvivir. La mera historia del hombre, observada sin él, caería en un prolijo y triste inventario de chapuzas o de tristezas o de errores o de ignorancia. La risa (escuché ayer) es el camino más corto entre dos personas, pero está en entredicho el humor o prospera el zafio, el burdo, el carente de la inteligencia precisa para que su cometido nos haga más alegres, más felices si es posible.
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