24.7.23

Elogio de los antiguos alfareros chinos.

 


Los antiguos alfareros chinos manuscribían en la base de sus vasijas y jarrones alguna epifanía de la fe que profesaban, algún tipo de manifestación sobre la verdadera naturaleza de su exacta función en el mundo o de la etérea comparecencia de lo trascendental. Esa firma personal permanecerá con imperecedera vigencia, ajena al concurso de la luz, en el fondo de sus obras. La oscuridad velará la integridad de ese mensaje íntimo, que está a salvo de la injerencia de lo humano y que no está sujeto a las modas y a la fanfarria frívola del tiempo. La paleoliteratura es una disciplina de nuevo cuño y cela tesoros formidables en el poso de los años. En este siglo XXI, problemático y febril, el nuevo alfarero chino escribe en word y registra su prosa secreta en un archivo alojado en un disco duro. Ceros y unos. La nube. Otra etérea manifestación de los tiempos. Los años devastan todos los soportes. Ni la cerámica china soporta con integridad el vértigo de los siglos. El escritor es el hacedor de prodigios, un notario sensible, un alfarero chino que oculta en la literatura explícita la obra verdadera, el propósito de su empresa. También el pintor privilegia en su pintura una intención épica, simbólica, rayana en lo mesiánico. En todo obra de arte, si en verdad lo es, subyace, sublime, una línea de texto secreta, una epifanía. El manejo feliz de estas frivolidades de ocioso libresco procura un júbilo menudo, pero intenso, un distraído espasmo súbitamente alojado en el centro fascinante de un párrafo. Hay caparazones de tortuga como receptores de la sensibilidad del hombre. Datado esa escritura, han determinado que fue hace nueve mil años. En el Sotheby's de Hong Kong se subastaron piezas de porcelana por más de noventa millones de dólares. Tal vez quien las adquirió únicamente buscara un verso de amor, una sentencia mística, un trozo de un fantasma. 




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