En el núcleo germinal del poema todo lo que está fuera de plano.
(José Luis Morante, aforismo inédito para la revista Elipse, 2021)
Ningún viaje acaba. El de la luz se convida hasta de sombras para que la la sangre no se complazca en su cauce y se embravezca o se atempere, brinque o discurra con tenue vocación de susurro. El pulso se acrecienta, la fe en la pura verdad de la travesía hace acopio de entusiasmo y los pasos se descubren avanzando, adquiriendo la consistencia de la perseverancia. Lo que insiste en sí mismo acaba por alcanzar su esencia. Allí, en ese centro sin circunferencia, todo es tangible, todo se acomoda a la locuacidad del ojo, todo fulge. A la palabra fulgor se le ha dado poco aprecio, siendo semilla y depósito, alumbramiento y ceniza. La misma poesía es una emanación de esa condición fabril. El poeta es un ejecutante melindroso. Da con las palabras, pero luego no sabe ensamblarlas, hacer que fuljan. Por más que cree haber compuesto un poema cabal, el que imaginó, al que se entregó con avara tenacidad, no hay tal poema. Lo primordial está fuera de plano. La semilla, la luz, la sombra, la ceniza. El fulgor.
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