11.7.23

Elogio de la disciplina

 Con cierta tristeza, en el desánimo de alcanzar donde otros, con interés más frágil, no alcanzan, se escucha usar la palabra "disciplina" con la rudeza de otras similares que casi siempre aluden a lo que no se prefiere, a lo obligado. Tiene, no obstante, predicamento antiguo la disciplina. Sin ella, no habría nada de lo que ahora consideramos indicio de que algo bueno hemos hecho y, en el progreso de ese anhelo, algo se hará que nos haga mejores o nos conforte para que vivir sea más placentero y el espíritu se engrandezca con todos los primores de la felicidad, antiguo ese anhelo (y no cerrado) también. La observancia de esa disciplina rige la de casi todas las demás. Su elogio es una extensión de cualquier otro al que se le pueda dar validez. Su cumplimiento contrae obligaciones ineludibles, pesadas o incómodas a veces, pero no hay logro al que no se haya aplicado rigor, método, constancia, conceptos en franco declive en una sociedad alarmantemente abocada a la velocidad. Son ideas antagónicas la de la disciplina y la de las prisas. Hoy todo es vértigo y fiebre, velocidad y alboroto. Parece que conviene cierta subordinación a la lentitud. Cuanto más se corre, menos se avanza. La paradoja es observable a poco que practicamos la libre encomienda de aceptar la sumisión a unas normas. No las queremos. Se va por libre, se tuerce la obediencia por la injerencia de lo inmediato. No es un lamento: es la constatación de un hecho. Una de las cosas más imperdonables que podemos hacer es malograr la vigencia de la palabra "sacrificio". Ahora la gente se sacrifica poco o lo hace con cuentagotas, movidos por alguna obligación externa, que les fuerza y de la que no saben o no pueden abstraerse. Se es disciplinado para que el caos no lo impregne todo, aunque haya ocasiones en las que cuente desentenderse del orden y entusiasme declararse uno libre, antojadizo y hasta indisciplinado. El mismo arte, en cualquiera de sus manifestaciones, recurre a ambas. Por un lado, exige a sus ejecutantes que practiquen cierta disciplina (rigor, rutina, trabajo) y, por otro, les anima a la disidencia, a improvisar, a dejarse llevar por las blondas del numen (dejadme que me recree) y así fluya con más divina llama. 

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