Hay un milagro en el abrir del día que no puede ser comparado con ninguna otra manifestación de la sabia naturaleza. Su eclosión contiene todas las demás y su entusiasmo de vida es la vida misma. Guarda la sabiduría de lo antiguo, expresa la novicia plenitud de lo por venir. A veces me extasío en su contemplación. Miro el cielo y me interrogo sobre la mecánica del azar o sobre la disposición de los astros o sobre la geometría de sus líneas. Pienso en Dios y pienso en la verdad como un enigma y en la belleza como un don. Luego el día acomete el cobro de sus peajes. Hace su próspera decantación de pesares y de sombras, pero todo vuelve a su limpia fuente cuando el sol irrumpe de nuevo. Vivir consiste (creo) en participar en ese teatro antiguo de los días que bailan el azul del cielo y de las noches que tutelan la visita invariable de la luz cuando amanece.
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