4.7.23

Elogio de los espacios vitales

 

La realidad tiene brechas por donde la ficción se las ingenia para colarse. La suya es la virtud de lo que no posee frontera o de lo que no mira las ocurrencias de la física. También sucede a la reversa. La ficción tiene trazas de realidad. Como si una y otra fueran la misma huidiza cosa. Como si jugaran a sustraernos cualquier posibilidad de conocimiento. A veces no tiene uno el discernimiento requerible y no sabe cuál es cada una. Una realidad excesivamente compacta no fascina. Tampoco una ficción absoluta. Se precisan. Lo idóneo es que se entremezclen, aunque a veces nos aturdan. Se vive mejor aturdido. Hay días en los que ambas discurren con plácida armonía. Otros son desquicio puro. Ves entonces las costuras de lo real, percibes la voluntad infatigable de la ficción cobrando su sitio. En ocasiones, punzado por alguna inspiración extraterrena, traduces todo, lo entiendes todo. Esa certidumbre es volátil. Luego no te queda nada. Una brizna de luz, un pequeño fuego en las manos. Estás nuevamente solo y la realidad y la ficción juegan contigo, te confunden, te abrazan, te confortan, te hieren. Eres un muñeco en sus manos. No hay ficción pura, ni realidad que pretenda escabullir su cuota de ficción. 

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