Sólo conozco el mundo cuando escribo.
Joseph Roth
Me agrada mucho lo que dijo Claudio Magrís, al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2004: "La escritura es un pequeño acto de amor y por eso a veces hiere". Si a la confidencia de Magrís añadimos la de Roth nos queda una linda manera de entender el acto maravilloso (milagroso) de la escritura, que contiene conocimiento y dolor. De las primeras tablas de arcilla en las que los sumerios fijaban sus runas a los poemas de Manuel Vilas que leí anoche han pasado muchas cosas. Ha llovido en Cartago, como decía Borges. Naves romanas surcaron el Adriático. Ejércitos de bárbaros devastaron aldeas. Kafka se perdió en las calles de Praga. Charlie Parker empeñaba un saxo para agenciarse una dosis de heroína. Oppenheimer construía su juguete diabólico. Leonard Cohen buscaba un adjetivo en el Chelsea Hotel. Cortázar paseaba Paris con un abrigo largo con libros en los bolsillos. Nabokov cazaba mariposas en pantalón corto. Todas esas cosas elementales desde un punto hasta otro de la línea infinita de las letras o de la vida. Pequeños actos de amor. Heridas. Formas de entender el mundo.
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