5.2.23

Historia universal de la sangre


La sangre es un purgatorio dulcísimo.
La sangre es donde el alma festeja sus incendios.
La sangre no tiene pudor.
La sangre no cree en Dios.
La sangre nunca es frívola.
La sangre alumbra milagros.
La sangre es una revelación absoluta.
La sangre es vasta y nocturna y da bríos al jinete en la cópula.
La sangre destila cánticos de luz, cifra el mundo, derrota a la tristeza.
La sangre tienta al azar en el centro mismo de la palabra.
La sangre es el numen de todas las cosas.
La sangre rescata la semilla de la semilla y asciende altivamente a lo sublime.
La sangre no se discute nunca.
La sangre no conoce patria ni se deja aprisionar en banderas.
La sangre reparte las causas y los azares.
La sangre embosca a la razón y la vence.
La sangre es un delirio en la noche nupcial.
La sangre es el tahúr enamorado de su manga.
La sangre nos instruye en los vicios de vivir y luego nos destroza.
La sangre no sirve para que abreven los hombres ni para que galopen las bestias.
La sangre no tiene épica en sí misma, pero le inventamos excusas y le damos vuelos.
La sangre es simple.
La sangre zurce los rotos del alma.
La sangre invita al goce.
La sangre es una intriga.
La sangre es lasciva.
La sangre es el aliento primero del mundo y esconde en su cauce el secreto del universo.
La sangre abastece urgencias y sofoca pálpitos.
La sangre a dentelladas escarba la tierra y gobierna el mundo.
La sangre es el insomnio de la muerte.
La sangre desboca su fiebre antigua de oleaje perfecto.
La sangre antes que vértigo o incendio o fuga es un desmayo abundante y un gozo exacto.
La sangre escribe la herencia de la tierra.
La sangre iza la hombría y preña los espejos.
La sangre viene a recordar quién manda.
La sangre es putañera y bastarda.
La sangre es el texto visible del único libro posible.
La sangre es la herrumbre.
La sangre es el peso muerto de las horas.
La sangre tutea a la muerte.

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