Sigo en La plaza de los Caballos, en Priego de Córdoba, en esa hipnosis emocional. En una de las paredes del salón estaba Hendrix, estaba una señorita preñada hasta los ojos y estaba la Tierney en esta fotografía mansa y reflexiva. Estoy (en una recreación narrativa) en 1.990, entrando muy tarde a casa, en la que vivo solo y en donde casi no aparezco, contento de cháchara y de elixires, encendiendo la luz, miro la pared antes de subir las escaleras y refugiar mil dolores pequeños de cabeza en el sueño reparador. Sigo, en parte, en ese bucle fantasmal y nocivo, crápula y lírico, pero sé fingir que es ficción, que la fotografía de Gene Tierney no ha dejado de ocupar un slot mental, un hueco en el inventario doméstico de imágenes perfectas. Ésta lo fue, lo es, lo será. Inexplicablemente perdura. Toda la belleza del mundo perdura sin razón.
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