No se puede ser sublime sin interrupción, sentenció Baudelaire. Lo más probable es que ni siquiera podamos ser mediocres o vulgares a tiempo completo. Siempre hay un momento en el que nos desdecimos, mutamos, hacemos justo lo que no se espera de nosotros. Hay quienes se imponen tareas inasequibles y se consagran a ellas con absoluto fervor y quienes, impelidos por otro ánimo o ni siquiera forzados por ánimo alguno, hacen cosas maravillosas con pasmosa facilidad. Se enaltece al dotado en alguna disciplina, no hay encomio lo suficientemente enérgico. También se zahiere al que no da la talla, se lo proscribe. El talento vendrá de algún lugar recóndito que no podrá ser pesado, medido, ordenado, clasificado, escrutado hasta que todo lo que contiene está a la vista y puede ser manipulado, registrado y, finalmente, convertido en algo que podrá ser transmitido, inoculado, considerado mercancía de la que sacar beneficio. Al genio se le tiene que dejar solo. Hasta conviene que no haga pedagogía alguna de su agudeza o de su brillantez. En Whiplash se las ingenian para sacar al genio de alguien que propende a serlo. Se ve esa capacidad, se cree en ella. Hay algo sublime interrumpido, una especie de fulgor que tarda poco en desvanecerse. Fletcher, el profesor de jazz inflexible, incivil y despótico que conduce a su alumno aventajado al infierno, sostiene que Charlie Parker alcanzó lo sublime mucho tiempo después de que en el club Reno el batería Jo Jones le arrojara a los pies uno de los platillos de su instrumento al no dar con el compás de la melodía. Parker, humillado, decide dedicarse incansablemente a mejorar su técnica. La obsesión del maestro por esa anécdota no conduce a ningún sitio en el que quedarse, no hace de su pupilo un músico mejor, sino un ser frustrado, una especie de obrero estajanovista que sangra (literalmente) en la adquisición de su oficio. La épica del esfuerzo no siempre resulta conmovedora ni productiva. El sacrificio es, en muchos casos, sadismo, vejación, tortura. Nada merece la pena si quien se obstina en un logro deja por el camino los motivos de su anhelo. Whiplash es un relato áspero, del que no se extrae la didáctica del amor a un oficio. El jazz que suena apasiona, pero no hay libertad en todos esos sonidos que ocupan el metraje. El escrutinio de la belleza no puede cancelar la emoción. El maltrato es una de las formas con la que a veces se adquiere ese estado de lo sublime que Baudelaire no creía que pudiera mantenerse de continuo. El artista es un fantasma cuando únicamente existe para su arte, alguien despojado de corazón. Por otro lado, recuerdo eso que decía Lorca sobre su inspiración, que sucedía justamente cuando estaba trabajando. Dejarse la vida en contar la belleza no es hermoso, aunque tengamos un inventario prolijo de artistas que se sacrificaron para acometer esa perfección que probablemente solo ellos se exigían.
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