24.4.22

114/365 Betsabé

 


Betsabé en el baño, Óleo sobre lienzo, 219 x 212 cm, Luca Giordano, Museo del Prado, Madrid. 

A  Betsabé la ve el rey David desde la azotea de palacio y la anhela de momento. No hay obstáculo que rebaje el ardor que lo come. Betsabé sueña esa noche con cimitarras, sueña con caballos desbocados en una tormenta, sueña un árbol cuyos frutos desoyen la ley de las horas y no se pudren nunca. Betsabé se toca el pecho por si las lagartijas de la noche le abrieron un túnel. Betsabé es apartada de su retiro conyugal e invitada a que visite la casa del rey. La ley de Moisés la conmina a que respete al marido y no conozca otro hombre, pero el rey la ha hecho llamar y no se puede desobedecer al rey. Betsabé acude a palacio, el rey la corteja y finalmente la toma y la deja dormir en su tálamo en la creencia de que ese gesto purificará su acto impío. Días después, Betsabé le comunica al rey el clamor que le cautiva el cuerpo. "He concebido", escribe en una urgente misiva. Betsabé se resuelve en tristeza y en vértigo. El pudor la embarga y no sabe mirarse al espejo sin que un rubor adolescente le desangele el pulso. Recuerda Betsabé la euforia del aire cuando el amor la bebió sin prisa y le dolía la cintura de tanto arquearla y la lengua de tanto bendecir a Dios por la dicha y por el hombre. Betsabé piensa en la criatura que doblega su vientre. Piensa en en que dentro le crece un cáncer y no hay pájaros que le canten cuando se duerme. El rey David, temeroso de que su adulterio se difunda, manda llamar a Urías, que está en el ejercicio de la guerra y le invita a que regrese a casa, por ver si en esa noche cubre a su esposa y queda descomprometido el embarazo . Urías rehúsa, invocando el honor de la batalla y la fidelidad a sus soldados. Ajena, Betsabé piensa en Yahvé, Dios de Israel. Él dio al rey David las mujeres y lo ungió de grandeza para que la tierra lo alabará, pero la vio en el baño y lo menospreció, haciendo matar a su marido en la liza, tomando más tarde a su mujer por mujer suya. Betsabé desoye al augur y no cree que el hijo que traerá muera a poco de abrir los ojos, pero así sucede. Yavhé no ve con buenos ojos el fruto del adulterio. Hija de juramento, tal es mi nombre, recita Betsabé, pero la palabra del pecado ha enturbiado mi boca y ahora soy la hija de la desgracia. Ah, rey David, no me consuele, ni me toque más o traeré a su gloria otro varón que haga fuerte su dinastía o la ocupe con desgracias en todos los reinos de su espada. Betsabé no sabe del fuego primordial ni de las costuras del cielo. Betsabé es el embeleso de la carne y la certeza cabal de la promisión. La segunda vez que la ayuntó el Rey David la hizo concebir a Salomón y el profeta le habló al Señor para lo considerase su bien amado y no descuidará su residencia en la tierra ni su casta en el tiempo. Las cartas astrológicas dieron a Betsabé la condición de reina y a la de su hijo de rey, lo cual sucede a pesar de que el rey David tiene hijos que superan en edad al del adulterio. Hay quien cuenta que Betsabé se mostró con deliberada impudicia para que el rey, arrebatado por la lujuria, la tomara. No vertería una lágrima por el esposo sacrificado en la batalla y engendraría a una criatura legendaria, que gobernaría desde el Nilo hasta Mesopotamia y sometería a los pueblos para que su grandeza, recogida en proverbios y en cantares, fuese recitada por los poetas. Ah, las coyundas bíblicas, qué trágicas son. Con qué ardoroso empeño los grandes pintores las tomaron para sus grandes obras. Betsabé, en el cuadro de Giordano, es aseada por una cuadrilla asombrosa de doncellas, lo cual da a entender una alcurnia que tal vez no tuvo. Al fondo, entenebrecido, la observa el asombrado e inflamado David. 


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