Vincent Vega, el gorila de Marsellus Wallace, se marca un twist antológico con Mia en el Jack Rabbit's Slim. Los adolescentes de mi barrio bailan como ellos, pero no han visto Pulp Fiction. Tampoco tienen edad.
Vincent es un nihilista sin saber que lo es, suele suceder. Quizá ese nihilismo sea el más puro, sin contaminarse de otras corrientes filosóficas, ejercido con la pureza de quien es ajeno a su desempeño y únicamente lo ejecuta.
Jules Winnfield es un gorila a sueldo que acude a las Sagradas Escrituras para inmolar a sus víctimas. El sicario de verbo apocalíptico es una aportación de Quentin Tarantino a beneficio de género, criaturas capaces de descerrajar un tiro en la nuca de alguien que les lleve la contraria en asuntos como el grosor de la lámina de queso en las hamburguesas y enfangarse con ardor en la dicotomía entre el ketchup o la mayonesa mientras el difunto da los últimos estertores a pie de fotograma. Matones de sentimentalidad difusa, gente poco remendable, en todo caso, pero personajes hipnóticos, adictivos, de resonancias mitológicas en este cine reciente donde escasean los personajes hipnóticos, adictivos y de resonancias mitológicas.
Julius es un pastor cuyo rebaño se ha extraviado, pero no tiene piedad cuando la oveja descarriada no merece el regreso al redil. A la vez que los encañona, poco o muy poco antes de descerrajarles un tiro en plena cara, les recita la historia de Ezequiel, el capítulo 25, concretamente el versículo 17. El que explica el camino recto del hombre, que está rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Es también el que se pasma al saber que al cuarto de libra con queso no le llaman cuarto de libro con queso en París, sino Royale con queso. El Big Mac es Le Big Mac, añade Vincent, en una especie de catarsis fonética.
Tarados, infantiles y eficaces, Vincent y Jules fatigan las calles de Los Ángeles como cruzados medievales a la caza del Grial, que tal vez sea el dinero, pero ninguno está juramentado ni se ha dejado iluminar por el secreto numen de la piedad y de la fe. Son un trasunto distópico de Don Quijote y Sancho, sólo que no deshacen entuertos, no hay dama de por medio ni deshacen los entuertos, únicamente se limitan a eliminarlos.
Vincent y Julius hablan como si el mundo estuviese ya condenado y ellos se mofaran de todas las grandes conversaciones, las de las palabras grandilocuentes y las intenciones nobles. Las de Julius resuenan más sonoramente, pero nunca hay más humor en Vincent. Parecen una de esas parejas clásicas del cine o de televisión (Stan y Laurel, Murtaugh y Riggs, Starsky y Hutch, las primeras que se me han ocurrido) sólo que sabemos que no durarán mucho juntos. No por falta de empatía, no porque uno tenga la voluntad de abandonar al otro, sino por la fatalidad, por su inminencia. Quien a hierro mata, a hierro muere. Habrá también citas bíblicas que expliquen esta evidencia.
Pulp Fiction es un puzzle catedralicio, un rompecabezas lúdico y circense porque siempre hay más. A cada vuelta de la trama, hay más. Más vértigo, más cháchara surrealista, más violencia. Tarantino la grabó en diez días. Si llegan a ser siete, podríamos pensar que trató de emular a Dios y ser él mismo uno alternativo, de menor fuste cósmico, empecinado en construir un mundo de la nada.
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