18.4.22

108/365 John Lennon y Paul McCartney

 



A Lennon se le cruzaron las cables en algún momento de su fama y se creyó Jesucristo. También le atizó al cristianismo: pronosticó que pasaría de moda, que se desvanecería, que  todos los discípulos de Jesús eran unos groseros, gente mal educada, en el fondo. Ningún problema en Inglaterra, poco dada a escandalizarse por esas temeridades en materia religiosa, más permisivos, pero en Estados Unidos quemaron discos de los Beatles y hasta el Ku Klux Klan amenazó a los cuatro de Liverpool. Ahí empezó el final. John pidió perdón a medias. Decidieron no dar más conciertos. La risa de siempre, ese estado de efervescencia vital en las promociones, dejó paso a un estado de efervescencia creativa, que no flaqueó nunca y hasta fue incesantemente a más, hasta que se apagó el interruptor, pero arrebatada de la gracia de antaño. En el país del dinero y de la influencia, en ese pedazo de tierra que huele a biblia y a pólvora, los Beatles se pusieron el traje de apestados. Lennon era un Cristo con gafas redondas, barba y hasta corona de espinas en un trozo de tela en el que se dibujó con la expresión "Holy Batman" en un lado. Estaba atravesando cierto límite y pagó por ello. Tenía el bueno de John un galimatías místico de aúpa en su fértil cabeza. Dios era Elvis. Él mismo, su hijo predilecto. Al final, diciembre de 1980, alguien le elevó a la eternidad cuando, emboscado en una multitud que buscaba auógrafos, le descerrajó cuatro disparos a la entrada del edificio Dakota, en Nueva York. Yoko Ono no organizó funeral alguno. Pidió que se le amara y se rezara por él y por la raza humana. Imagino que a Paul McCartney no le hubiese pasado eso. Ni entonces ni ahora. Se mantuvo al margen de la gloria, aunque no abandonó un afecto a la popularidad.  

Yo lo prefiero a Lennon, no me pregunten el porqué, no sabría decir, no creo que haya que explicar nada, así funcionan las cosas del corazón e incluso a veces las de la cabeza, que es un corazón vigilado. El Soy más de Macca, no lo doy como el expresa una debilidad, es una convicción y tiene argumentos, aunque bien pudiera no tenerlos y que todo se guiase por las emociones, valen más, de cualquier manera. Siempre fue así, incluso cuando escuchaba los primeros discos de la banda y todavía no estaba informado sobre quiénes eran esos cuatro genios le tenía yo a Paul un afecto especial., qué cosa más ridícula eso de que se le tenga afecto a alguien que ni conoces, pero así funciona la cosa de la mitología. Así que siempre hay razones, basta hurgar y encontrar alguna. McCartney fue la pieza operativa de The Beatles, él hizo que la máquina funcionase, el que metía las instrucciones precisas para que no hubiese instrucción alguna. No quería liderar ningún movimiento, aunque alguna vez se inclinó a dar su imagen. Kampuchea, la defensa de los derechos de los animales, la reducción drástica del consumo de carne en la sociedad fueron (lo son todavía algunas) causas que consideró y a las que se entregó con entusiasmo. Lennon fue el metrónomo de la banda. Hacía que el repertorio no se extralimitase en demasía, cumplía casi a rajatabla un patrón clásico. De Lennon se tiene la idea de que se involucró más en el mundo en el que le tocó vivir y cuesta apartar la periferia política, su posicionamiento activo en la política, su militancia social, el pubis hirsuto de Yoko Ono y el piano blanco de la canción de la paz. A mí me resulta fácil dedicarme únicamente a escuchar música. Lo que el autor haga o deje de hacer cuando la toma de sonido ha acabado y el disco está en proceso de edición me afecta poco o no me afecta nada. No porque sea insensible o porque no comparta el mensaje que difunde, sino porque es la música lo que me concierne. McCartney es un obrero. Nunca dijo que no creía en Dios, ni en The Beatles: nunca antepuso la música a ninguna otra consideración. El Lennon rebelde, provocador y transgresor se gestó en los últimos discos de la banda, antes de que los cuatro tomaran caminos en solitario. Lennon puso la bandera del amor y de la paz; McCartney no necesitaba banderas. John fue siempre más héroe de la clase obrera (working class hero) que Paul. 

Fue McCartney, a punto de ser lanzado Abbey Road, el mítico último álbum, el que decidió irse, fue el primero, pero fue Lennon el que deshizo la convivencia. McCartney sólo se puso de pie y se encaminó a la salida. No viene al caso (porque fue un obstáculo más, no el único) que anduviese de por medio Yoko Ono, que animó a Lennon a volar solo o simplemente a dejar de volar en equipo. Macca es un anciano ahora, justo lo que él deseaba, envejecer haciendo música, no morir como una leyenda. Hasta aprovechó la forzada reclusión pandémica para componer y tocar un álbum entero en su casa, sin que nadie le hiciese ir por algún lado que él no querría o sin que nadie pusiese un dedo (uno solo) en los instrumentos o en las máquinas. Yo no tengo carisma, podría haber dicho, pero los discos funcionan bien sin él, las giras siempre ponen el cartel de no hay entradas y al final, cuando pase mucho tiempo, yo seré el único beatle, el último, el que siguió desgañitándose cantando Twist and shout a los nietos de quienes compraban mis discos en los primeros sesenta. Lennon está sobrevalorado. A esa percepción de grandeza que tenemos de él ha contribuido su aura de gurú, su muerte terrible. Andamos necesitados de héroes y él tenía todo para convertirse en uno de los más grandes. La heroicidad no entra en los planes de Sir Paul McCartney. Lo único que quiso fue convertirse en un escritor de canciones. En breve hará 65 años que Paul y John se conocieron en el salón de actos de la iglesia parroquial de San Pedro de Woolton, en Liverpool. John tenía dieciséis años y Paul, quince. Uno y otro se amaron y se odiaron casi a partes iguales. Esa "rivalidad amistosa" fue, en todo caso, un hito en la historia de la música popular del siglo XX. No tiene sentido quién era el mejor o cuál de los dos (Ringo y George quedan al margen) era el alma de los Beatles. Cualquiera lo es. A Paul ni se le hubiera pasado por la cabeza compararse con Jesucristo. Tenía su plan, no lo ha abandonado. Sigue yendo a la televisión y hacer de sí mismo. El gran Macca. El que hizo todas esas canciones. El que las canta con todo el derecho. No hay nadie que tenga más derecho que él. Fue quien estuvo cuando se tocaron por primera vez. En los tiempos oscuros. En los luminosos. En la época chunga y en la jacarandosa. Cuando las fans en los clubs de Hamburgo y cuando el tejado de la Apple. Cuando los Wings, qué buenos fueron los Wings. Cuando aquellos discos en solitario de tres canciones geniales y ocho piezas de relleno, pero qué tres canciones. Puede tener cien canciones absolutamente apabullantes. No hubo Chapman. No es un mártir. No entró en ninguna de sus ideas sobre qué haría con su vida la de hacer otra cosa que no fuese componer canciones y hacer discos. Se le debe gratitud. Infinita ella. 

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