8.4.22

Una poética



 I

La poesía tiene su indumentaria popular, su cartografía doméstica de pétalos, adelfas, corceles blancos que fatigan prados de rocío y altas cúpulas de niebla  donde la luz predice un hechizo de amor puro. Hasta ahí bien. Bueno, un poco melifluo. Hay quien piensa que escribir poesía es estar al tanto de las adelfas y del rocío que cae por la mañana, de los pétalos y del rumor antiguo del agua en un aljibe.  Normalmente, a quien no le entra por el oído la cosa poética, le da un poco de grima fonética esa retahíla de juegos florales y sucumbe a la simplicidad intelectual de pensar que todos los versos de los poetas son dulces y que  se abastecen de metáforas inofensivas, pobladas de pájaros de vistoso plumaje y de estrellas que titilan en el cosmos. Quien, por el contrario, ha vencido esa trinchera semántica, quien ha leído mala poesía (la hay a espuertas) y también la poesía noble, la alta, la que descifra los secretos y los cuenta, encuentra un regalo de los dioses, un don limpio y puro, un registro soberbio de ese cosmos, una especie de luz sublime que indaga en lo que la realidad oculta, descerrajando los usos de la costumbre, sorprendiendo al lector con texturas y con piruetas verbales que no están al alcance de los novelistas, de quienes manejan la prosa y cuentan, a su modo, las mismas historias, aunque amplificadas, dotadas otra  textura emocional. Lo que tenemos son palabras y les encomendamos que expliquen cómo somos y trabajosamente les imploramos que no dejen nada afuera. En realidad saben las palabras más de nosotros mismos que alguna porción privada de entendimiento o de memoria en los que confiamos para que nos tutele por el camino y no nos deje ir solos. Necesitamos una mano que nos acompañe, un tacto que nos conforta, un calor que nos alivie. Hay muchas cosas que uno aprende de la vida, pero otras se aprenden leyendo poesía. Una y la otra, la poesía y la vida, a su secreta manera, hablan de la misma cosa, son la misma cosa, explican la misma y hermosa cosa. Escuchando hoy a alguien disertar (sin marear) sobre los cuentos pensé en que no estamos hechos de cuentos, aunque lo haya pensado muchas veces: de lo que estamos hechos es de metáforas. Son ellas las que nos guían, su alcance lo impregna todo. Y por debajo de las metáforas, más hacia adentro, están las palabras. Dame más palabras, por favor, pide el niño al padre antes de que le venza el sueño. Cuéntame un cuento, anda, no me dejes sin mi cuento, quiero que hagas que el día dure más, no quiero que se acabe. Muchas de las cosas que aprendemos no provienen de la experiencia personal, sino de la ajena, que es un eco de la propia. Los otros nos dicen qué vieron, qué conmoción les laceró, cuál milagro ocupó su silencio  

II

Había ballenas en un mar de un azul perfecto y sonaba música de Stravinsky. Anoche, escuchando la suite del Pájaro de fuego  pensé en ballenas, busqué un papel y manuscribí un poema. Salió sin pensarlo, como si no me perteneciera. Las palabras no eran propiedad mía. Lo sentí ajeno también. Se me dio para que yo lo registrara, pero estaba ahí adentro mía, esperando que la música de Stravinsky lo rescatara. La poesía es el cielo para quien no cree. Ha sido un viernes intenso. Van muchos días intensos. Va siendo hora de no pensar en nada y dejarse ir un poco. Hay veces en que sólo sabemos eso, dejarnos ir, permitir que todo lo que nos rodea nos inunde y nos colme y no hacer nada y saber que no hay nada que debamos hacer.

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