Para siempre, enmarcado en la memoria cinéfila, James Cagney será Cody Jarrett, el mafioso de Al rojo vivo, el gangster atormentado y enmadrado, subido a un depósito en llamas y pronunciando su frase favorita: "Lo conseguí, Ma, estoy en la cima del mundo". Todas las madres pueden dar al mundo un hijo de puta, un cabrón con la boca torcida y el gesto fruncido, un demonio con avidez de sangre y absoluta impudicia. A vivir se viene a hacer el bien, pero hay veces en que se extravía el sentido común y se enfila un descenso precipitado al infierno mismo. Ahí está Jarrett, en esa caída. Lo está por determinación propia, la moralidad es un privilegio que no está al alcance de todos. A Cody no le preocupa irse a la tumba, eso puede ocurrir en cualquier manejo de las armas, en un descuido o en una fechoría mal planeada. Lo que de verdad le trae de cabeza es que su madre sufra. Crispado constantemente, Cody es un artefacto peligroso, una máquina concebida para que el mal irrumpa por todos sus engranajes. No es un mal que pueda explicarse, no hay manera de que se le haga entrar en razón, todo se conduce con artera precisión. Hay que vivir a tope, habrá que morir algún día. La idea que prevalece en Al rojo vivo no es el matón irredento, sino su inmaculada madre. No tiene mancha, no hay nada que pueda rozarle y herirla sin castigo. A la madre no se le ha dedicado el debido estudio. Las hay crueles, sin saber que lo son. Educan de un modo tan deplorable que enferman al hijo, lo apartan de la corrección y lo empujan al desquicio. Ahora se me ocurre la madre de Norman Bates y la depravada construcción de su anómala y psicótica criatura. También está Cersei Lannister, en Juego de tronos. O la madre de Carrie White, la más perversa entre todas las madres perversas, las que enarbola un crucifijo y tiene una parábola de la Biblia para cada pequeña circunstancia de la vida. La religión es un veneno, cuando no se sabe administrar su dulzura. En estos días de abatimiento, Cody Jarrett es un icono de más envergadura. Representa el mundo en su más vírica naturaleza. El mal es un virus. No se sabe bien cómo encerrarlo, de qué manera hacer que no salga y reviente por aburrimiento, atrapado en una celda. Acabará fagocitándose. Si esto no se alivia en días (demos semanas, serán semanas), el panorama doméstico va a llegar a cuotas de desvarío alarmantes. Ojalá cunda la cordura.
17.1.22
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