15.1.22

15/365 Billie Holiday


 

Cuando nació Eleanor Holiday o Eleanor Fagan, su padre, Clarence, un guitarrista de jazz y trompetista frustado, un pobre hombre, como solía presentarse, tenía quince años. Su madre, Sadie, tenía trece y tuvo que aceptar un trabajo de camarera para cuidar de su hija. Nunca conoció a ese padre: conoció a muchos hombres que la tomaron como hija y ocuparon su lugar en el hogar familiar, que solía ser un cuartucho en la trasera de los bares o una habitación en una pensión barata. Cuando Billie tenía diez años, fue violada por un vecino. “Nunca tuve la oportunidad de jugar con muñecas” dijo una vez. “Comencé a trabajar cuando apenas tenía 6 años”. Fue internada en un reformatorio católico de la que sacó un lejano familiar que pagó las costas de los abogados. Pocos años después, pedía trabajo por locales de segunda categoría como bailarina. Esbelta, guapa, bien formada, no tuvo problemas para engolosinar a los dueños, que veían en Billie el reclamo perfecto para los blancos ricos y para los pobres negros. No duró mucho porque Billie Holiday quería cantar. En Pod's and Jerry's, en el Harlem más oscuro, en la calle 133, consiguió su primer contrato. Unos veinte dólares a la semana. Más propinas. Cuando cantaba "Trav'llin' alone" la concurrencia dejaba de parlotear y escuchaba. Sólo se oía ese tímido y característico ruido de cubitos de hielo tintineando en el fondo del whisky. Hay discos de jazz en los que se escuchan, pero nada como sentir esa pequeña música en un vaso de verdad, en un club de jazz de verdad.

En 1.933 Benny Goodman la vio cantar y la llevó a un estudio de grabación. Empezaba la leyenda. Este primer contacto con el micrófono no evitó que siguiese frecuentando algunos  locales de Nueva York. Iba de la barra al escenario y luego de vuelta a la barra. Tras Benny Goodman, fue la Orquesta de Teddy Wilson la que la adoptó como cantante. Hizo más de 70 grabaciones, formó una orquesta que llevaba su propio nombre e hizo giras por la Costa Oeste con Count Basie y Artie Shaw. Palabras mayores para una chica negra sin otro padrino que su espléndida voz. Sus ídolos eran Bessie Smith y Louis Armstrong. Es la época en que se codea con las eminencia del jazz de la época: Ben Webster, Johnny Hodges, Bunny Berigan, Roy Eldridge y sobre todo, Lester Young, con quien tuvo una relación por encima de las convenciones del jazz, pieza maestra dentro de la historia del género. Probó el cine en una película, "Symphony in black", delante de la orquesta del Duke Ellington. No muy a gusto como cantante de big bands, empequeñecida con la tromba sonora de la orquesta, decidió probar fortuna sola. Tenía ya avales suficientes como para hacer lo que quisiera. Había desbancado a Ella Fitzgerald como "mejor cantante de jazz" según las revistas del ramo y se la disputaban todos los locales de los EEUU.


Firma con Commodore, un sello selecto, y graba lo que probablemente sean sus mejores canciones. Los nombres que vendrían después serían Norman Granz -el mejor productor de jazz del mundo- Miles Davis, el propio Louis Armstrong, con quien actuaría en una película ( New Orleáns", interpretando el papel de una sirvienta) o la sublime serie JATP ( Jazz at The Philarmonic, de la cual tenemos a mano excelentes discos), reservada únicamente para genios absolutos e indiscutibles. Esta es la biografía estrictamente musical. La accesible en cualquier enciclopedia. Hace no mucho leí una reseña no excesivamente extensa, pero estupenda, sobre Billie Holiday en un suplemento dominical de un conocido periódico nacional. Hay donde acudir, aunque también hay morralla, según he visto.

Detrás está la historia canalla, los episodios que marcaron su personalidad y modularon su voz en esa tesitura triste, en ese abandono dramático que ninguna otra voz ha sabido recrear nunca. En cualquier género. Su premeditaba sofisticación vocal adquiría suspiros, atenuaciones, impulsos, gritos callados, inflexiones roncas calcadas de su adorada Bessie Smith y hasta un matiz casi infantil en el timbre que le daba texturas a veces dramáticas, otras amargas como la muerte y, en muy contadas ocasiones, joviales y festivas.

Mucha culpa de este cambio en los registros vocales la tuvo Prez, su amigo Lester Young, con el compartió jam sessions históricas en Harlem y a quien se entregó para que tutelara su ingreso en el olimpo de las diosas del jazz. Lester la llamaba Lady Day. Billie lo bautizó President, luego, Prez. Ambos, curiosa y trágicamente, murieron el mismo año y víctimas de los mismos vicios. Estupefacientes. Heroína. Alcohol. Cocaína. Todo compuesto farmacológico que pudiera transportarlos fuera de un mundo que no deseaban, pero en el que estaban obligados a subsistir. Hay una canción ( I'll never be the same ) en donde ambos ejecutan las mismas notas. Uno al saxo. Otro con la voz. Gloomy Sunday, Strange fruit y Long gone blues fueron piezas maestras de esta química pura en todos los sentidos, el humano y el anfetamínico. La adicción a las drogas rebajó el caché de Lady Day. Su voz perdía la brillantez, pero el genio tiraba por otro lado y buscaba, en los rebajes, en la creatividad, el nuevo tono, una voz distinta que se adaptara a estos nuevos tiempos. Más míseros, menos glamourosos, adictivos y extraños. Casada y separada tres veces, sufrió maltratos por parte de al menos dos de sus maridos. Uno ( Joe Guy, trompetista ) era cocainómano. El amor que ocupaba parte de sus letras (desamores más bien) no ocupó nunca ninguna parte de su vida. 

Solía lucir gardenias en su cabello mientras cantaba en los clubs, que era donde verdaderamente ganaba dinero. Las compañías de discos la engañaban. Nunca se lucró por los abundantes materiales grabados que hiciera bajo distintas compañías. Con el final de la guerra, llegó su declive absoluto. Curas desintoxicantes en buenas clínicas (pagadas a veces por aficionados ricos, temerosos de que su musa del jazz se les fuese o por otros músicos)  y cuando el dinero escaseaba o nadie se lo prestaba tuvo la soledad de su habitación, la del hotel que fuese, ese santuario en donde podía beber sin que nadie la molestase. Detenida por la policía muchas veces, Billie Holiday nunca volvió a subirse a un escenario como la Reina del Jazz, con permiso de Ella Fitzgerald, pero lastrada por una historia personal que muchas veces superaba el atractivo de su ya afectada y rota voz. La revista Metronome, la biblia del género, la recordó nombrándola nuevamente Mejor cantante de Jazz en 1.945 y 1.946. En esa época, renacida, curada de nuevo, grabó con Columbia los mejores temas de su carrera. Body and soul. Sophisticated lady. I've got you under my skin. En 1.958, con su salud ya irremediablemente pertrecha, regresa a Europa en una gira. Fue un sonoro fracaso. Murió en la habitación 6A1 del Metropolitan Hospital de Nueva York custodiada por un par de policías que debían vigilar que no consumiese heroína. Estaba atada a la cama.

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