Un poeta es poeta hasta en sus bolsillos. Los de Machado dejaron un último verso, un poema sin empezar: "Estos días azules y este sol de la infancia". Nos sobreviven las palabras que dejamos a medio decir, incluso ésas prosperan, nos trascienden. Las demás, las que dijimos y se anotaron, lo hacen de un modo menos heroico. Fascinan las últimas, las que no tuvieron continuación, ese trozo de existencia al que no se le da término y clausura. También así la vida. Es la promesa la que vale, su poso de verdad, no la realidad que la acaba. Se busca la tierra prometida. Importa la travesía hacia su encuentro. Lo de menos es llegar a ella. Lo dijo Kavafis de otra manera, más hermosa: "Pide que el camino sea largo". Mientras uno avanza, se hace camino el andar. Machado parecía anticipar que el viaje no acabaría. Todos aquellos republicanos arrojados al exilio se retratan en esos días azules, en ese sol de la lejana infancia. La poesía marca un territorio que no conoce banderas, ni frentes, ni odio.
En cierta ocasión, cuando me senté en el sillón de la cátedra de Gramática Francesa de Machado en Baeza. pensé en esos versos y en la fotografía con la que nos obligaron a pensar en su tragedia, por repetida, por dramática también. Se le ve anciano, cuando no llegaba a los setenta. Se aprecia el rigor de su padecimiento, todo el dolor expresado en la mirada, en la barba sin cuidar, en la boca lastimada por la aflicción de su espíritu. Fascinan los días azules y el sol de la infancia. Mientras tuvo aliento, hasta que sucumbió a la tristeza absoluta del destierro y de la muerte de los suyos y de sus ideales, escribió. Pensó en la poesía, le encomendó su salvación, le pidió que lo sacara de la ruina de los tiempos a los que le tocó asistir y lo condujera a un lugar mejor, un parnaso tal vez, a la Arcadia limpia y pura de todos los que como él confiaron en la palabra y le entregaron su vida. Quizá la poesía nos salve a todos, seamos o no poetas, pero no se lee poesía, hay más poetas que lectores de poesía, pero esa es otra cuestión.
En España, de cada diez cabezas, una piensa y las otras embisten, dejó dicho Don Antonio. La poesía no es de embestir, será muchas cosas, puede pedírsele que ejerza muchos oficios, pero ninguno es la barbarie, ese descerebrado ir hacia adelante sin mirar contra qué se topa y qué derribamos o nos derriba. La idea es morir o es matar. En fin, malos tiempos para la lírica, dijeron otros.
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