10.2.21

Dietario 41

  Se hace uno a aplazar las cosas y luego, al acometerlas, se tiene la impresión de que debieron hacerse en su tiempo, no después, cuando acuden las prisas y no hay apetencia ni empeño en que salgan bien. Cunde la desgana, la temeridad a afanarse en algo y, sobre todo, la certeza de que dará igual hacer o no hacer, empezar algo y no acabarlo o ni empezarlo siquiera, que la vida va a continuar y ese encargo no cambiará su trayectoria, ni habrá beneficio o perjuicio nuestro. He aquí la verdadera enfermedad de estos tiempos. No hay medicamento a mano que palie sus efectos ni prevención fiable que los aleje y evite que nos contagie. Tal vez estemos hechos de esa despreocupada pasta, la de que hagan otros y yo tenga mi esparcimiento y mi disfrute sin que nadie me reclame ni apure a que corra, que es malo moverse o involucrarse y sólo trae quebranto ir y venir, cuando es mejor estarse quieto, no darse por aludido, quedarse en casa o salir a propio antojo, sin recado en que ocuparse. Esa apatía hace que se irrita quien está en movimiento, es cosa vista muchas veces. Quien anda trajinando más percibe la indolencia ajena. Al gandul le parece escandalosa la brega. En todo caso, el vago se inclina a cancanear, que es en estas tierras ir de un lado a otro sin propósito, sin oficio ni beneficio, decía mi abuela. En el cancaneo hay matices aristocráticas y es cosa propia de individuos a los que se les ha retirado el imperativo mismo y todo lo realizan con dulce demora, retardados y felices, suspendidos en la comisión del cumplimiento de algo, pero sin llegar a abordarlo, no sea que los violente o cause alguna afección de la que no puedan librarse y caigan en desgracia. Es época de apáticos que es término menos lesivo que holgazán o haragán. Quién no ha deseado el ejercicio de la zanganería. Vuelvo a traer a esta consideración semántica de hoy miércoles a mi querida abuela, que tenía una palabra para cada cosa y bien hermosas que esas palabras eran. La zanganería era preciosista vocablo suyo traído siempre que, estando ella en faena, descubría a quien despachaba el tráfago de las horas en despreocupada figura. Pienso en ella de vez en cuando. La de cosas que se le ocurrirían si estuviera por aquí y tuviese oportunidad de ver en qué desidia de tiempos andamos. 

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