17.8.23

Cajón con ala de pájaro

 Guardo un ala de pájaro en un cajón al que no daba utilidad alguna. Lo más triste del mundo es que un objeto no tenga cometido en la coreografía del cosmos. Como un libro que nadie ha leído. Como un cuerpo que nadie ha amado. Semeja ahora el cajón un féretro obsceno. Todos lo son. La muerte es una obscenidad a poco que se piense. La locuacidad del ala es ahora un ángel yacente. He pensado que en un mes, cuando abra el cajón, si es que no lo condena el Olvido, olerá a más no poder a desamparo y a claudicación. Será un anticipo de la ceniza, será un tumulto hueco. Uno cree que puede preservar lo que era luz en la intimidad de la sombra, pero al final, una vez que se pudre la belleza, concurren las lágrimas. Me ha perturbado la visión del ala del pájaro en la orfandad del cajón, que es una extensión del infierno o un atributo terrenal del mismo cielo. Los pájaros no creen en la inmortalidad del alma, he creído escuchar mientras la mirada se perdía en el paisaje de la ceniza. Un pájaro no tiene metafísica. Un pájaro muerto es el triunfo de las tinieblas. No he pedido a nadie que me acompañe en el duelo. Está el ala rota y estoy yo. Le concedo la infeliz vigilia de mi asombro. Cuando cierre el cajón, tomaré aire. Mis pulmones cobrarán la vida que les retiro. Sucio, el ojo. También la memoria. No hay cielo para mi pájaro muerto. Ni infierno. Yo también reposo en un cajón del que desconozco sus dimensiones. Carezco de la nomenclatura que me permita conceder un dueño. Todos somos ángeles que yacen. Esperan que alguien los pronuncie. La religión siempre es un poema sobre uno mismo. 



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