Para Antonio Linares Sánchez, in memoriam
Hay juegos de palabras imbatibles. Muchos de los chistes que nos agradan se basan en el artificio de trocar unas por otras con la que tienen afinidades fonéticas: se agrupan adrede las sílabas de una frase para que contravengan el sentido que da su orden natural. Son los calambures, exótico vocablo en su rendición singular y plural. Recuerdo a un maestro contarme que el calambur más hilarante que recordaba era de Quevedo al presentarse ante la reina Mariana de Austria, a la sazón segunda esposa de Felipe IV, coja de nacimiento, con una flor en cada mano y decirle con lúdica osadía: "Entre la rosa y el clavel, su majestad es-coja". Góngora, añado yo, tras informarme, se despachó a sus anchas en la famosa burla que tiene como protagonista a Leandro (que muere ahogado) y Hero (arrojada a las rocas tras reconocer su óbito): "Murieron como dos huevos: él pasado por agua y ella, estrellada". También el que lanza contra Lope de Vega cuando descubre que ha hecho "versos adversos" contra él y procedió al habitual acoso (ahora le llamaríamos bullying si anduviéramos en el plano laboral) con el calambur y la antanaclasis como estiletes: ".. mas si yo vuelvo mi pico, / con el pico de mis versos / a ese Lopico lo pico". La comicidad del calambur, cuando se cuida y extrema su fiereza, puede ser deliciosamente hermosa. Es la belleza de la homofonía con su tímido (o severo) juego de pensar en las palabras y no únicamente en lo que dicen.
De la familia de los equívocos, próspera en el inventario de la retórica, el calambur es la sublimación del doble sentido, que recurre a la experiencia del que escucha para escenificar un acto nuevo en el que las palabras renuncian a su significado y tantean otros que recurren, sin importar el orden, al sentido metafórico, a la paronimia (su amorosa eufonía), a la polisemia (tan rico el español en ella). a la ironía (uno de los recursos retóricos más crueles) y la homonimia (iguales significantes, diferentes significados). Me agrada la teoría que sitúa su origen en la composición de la expresión italiana "calamo burlare", que viene a ser "burlarse con la pluma". Otra sitúa este artefacto retórico en la corte de Luis XVI y se atribuiría al conde alemán de Kalemburg, embajador de Westfalia, al cometer continuos errores de pronunciación en su manejo del francés. En todo caso, el calambur es un sencillo o complejo equívoco de orden fonético que produce una alteración semántica. El primer calambur al que probablemente se accede es la adivinanza "Oro parece, plata no es; el que no lo sepa, un tonto es". Su mecanismo de seducción es infantil. Es un calambur in absentia: se birla un término y se da encriptado o convenidamente oculto. Así proceden la mayoría de las adivinanzas. Luego hay otros que precisan un afinamiento sensible mayor. Vuelvo al Príncipe de las Tinieblas cuando versifica así: "y tahúres muy desnudos / con dados ganan condados". Huidobro, más anárquico, dijo adiós a Dios. Gloria Fuertes, más juguetona, afincando su dardo en la parte femenina de la divinidad, escribió: "¡Oh diosa odiosa!". También, casi barrocamente: "Lo mejor de la herida / es nuestra amiga la vida, / la que con vida convida".
Los calambures a los que les tengo más cariño proceden de un estupendo programa de humor radiofónico llevado por Gomaespuma, que escuchaba antañazo, como le gustaba decir a Francisco Umbral. Les gustaba a los dos cómicos armar nombres y apellidos para sus ficticios corresponsales de hilaridad asegurada al fragmentar su inventario de sílabas y recomponerlas fonéticamente. Ahí estaban Francisco Lorín Colorado, Ernesto Mate Ensalsa, Armando Esteban Quito, Luis Ricardo Borriquero, Carmelo Cotón o Aitor Tilla, que ahora recuerde. Sin ser calambur estricto, los lingüistas no faltos de razón me reprenderán el uso, ideé un sencillo juego de palabras que me ha dado siempre pingües resultados en la escuela: “cuando la ballena tiene hambre se llama Bavacía” Eso les digo a mis alumnos casi sin haber fallado algún curso desde que me recuerdo como maestro. Algunos ríen y buscan ballenas nuevas con las que entretenerse y asombrarme, que para eso soy su maestro y entienden que es bueno ese exceso; otros, los menos, piden que repitas el acertijo (ellos suelen llamarlo así) y se enojan mucho si no dan con la llave que los abre. Ayer escuché en uno de esos podcasts a los que uno tiene afición un calambur que me hizo perder el sueño que andaba (era tarde) buscando: jugaba con el sepulcro y con la pulcritud, como si morir no fuese ya algo definitivamente ajeno a la higiene o a su ausencia: "Sé pulcro / sepulcro". También uno antiguo, que usaba mi amigo Antonio Linares cuando entraba en uno de sus habituales delirios etílicos: "Bebiendo vino... y bebiendo se fue". Ya no está con nosotros. Este texto, no sólo por venir de su amigo Emilio, le habría encantado.
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