Autorretrato, Vivian Maier
Hay quien hace una fotografía de sí mismo para envanecerse o para rendir una evidencia de su apostura o de su lozanía y quien confía a ese registro su misma finitud, su desamparo, su declinar moroso o brusco. Es antigua la remisión de un autorretrato. Los de la pintura son casi siempre volcados del tumulto de la vida del artista: se aprecia su fragilidad, se entrega una intimidad. Los de ahora son de una frivolidad bochornosa a veces. Nos acogemos a la inmediatez, nos arrogamos la facultad de guardar un momento en el tiempo al que no se le da arraigo en la memoria. El selfi es una anomalía pictórica. Quienes los practican (debo sincerarme y usar el plural concesivo) no tienen apetencia pictórica por adormecer en su carrete (el del móvil) un arquitrabe o una puesta de sol. Se contentan con la autofoto, que es un vocablo menos agresivo que el préstamo inglés. No es creativa esa duplicación de lo real, no contiene nada que asombre, se limita a formular un daguerrotipo hueco. Proliferan las imágenes, les rendimos el culto que nunca se les dio, pero las más de las veces están huecas, tienen la orfandad de lo no pensado. La cámara de fotos ha pasado de ser un objeto de culto a una herramienta hueca, aunque tengamos cien instantáneas de cuando vimos por primera vez el puente de Carlos en Praga o la Capilla Sixtina vaticana. Es hasta dañino lo del selfi: algunos dan su vida por dar con uno perfecto. Instagram es la tumba de los osados: caen al vacío después de haber facturado la fotografía idónea. Es un tipo de narcicismo lesivo, una exhibición sublime del escaso aprecio que se le da a la vida. No somos los que aparecen en la foto cuando le damos al botoncito del móvil. Posamos sin saber, vendemos una imagen corrompida de lo que somos. El selfi es ruido. Rubens escuchaba el silencio cuando se pintaba. Hemos perdido la quietud y hemos ingresado en la sociedad de la prisa. Todo debe quedar custodiado en un formato compatible con nuestro anhelo de posteridad, aunque hagamos que la memoria flaquee, no posea la potestad de antaño. Acabaremos confiados en que un disco duro diga de nosotros lo que ni nosotros sabríamos. Uno es las fotografías que se va haciendo tal vez. Las hay plenas de sentido y las hay inútiles. Ni siquiera precisamos de la intervención de otro que acceda a retratarnos, nos bastamos, es la tiranía de la soledad.
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