Quien escucha es de sí lo que oye. Su mal percibe, su daño sin deseo adquiere. Lope de Vega lo declara cuando dice que el gallo, al escarbar, descubrió el cuchillo. La curiosidad es un acechar continuo del asombro o de la sorpresa y el gato inglés, por su osadía, fue muerto. Quien se aburre encuentra en la curiosidad bálsamo. Más que una convicción, el inclinado a curiosear formula una incertidumbre. Kant cifraba la inteligencia en la cantidad de incertidumbre que era capaz de soportar. Azorín aducía que la muerte acude cuando perdemos el ánimo por saber. Hasta el amor (proclamó Casanova, no particularmente prudente en casi nada) es hijo de esa curiosidad, aunque se asiente y cobre nuevo cuerpo conforme vamos desvistiendo el antiguo. Nabokov la adoraba: es la insubordinación absoluta, la sublevación de la razón, la forma más pura de la existencia. La misma ciencia se avitualla de ella: no hay progreso sin el ansia por ahondar en lo que no se conoce. Lujuriosa, la curiosidad desplaza a la castidad del pensamiento. Un necio, a decir de Plutarco, decide, pero son los inteligentes los que deliberan, los que proclaman la soberanía del estupor y de la gracia de lo diverso y de lo ajeno. Quien se afana por indagar (podría haber escrito fisgonear, merodear, entrometerse, cuestionarse) no conoce la apatía ni la indiferencia: todo es propiedad suya, ningún acontecimiento es indiferente o foráneo. El extravío que la curiosidad acarrea es el mismo con el que el corazón, al amar, se desfonda y se declara atrevido y frágil. Hasta podemos tener curiosidad por la curiosidad misma, como pregonaba Alberto Manguel en su Historia natural de la curiosidad. No hay estímulo mayor, ni pronunciamiento vital de más noble apresto. Se recama de ambición ese viaje hacia lo desconocido. La literatura es el símbolo máximo de la curiosidad. El hecho de escribir es la constatación de que lo descubierto anhela que se registre y permita que el lector, el curioso, continúe el camino mostrado y, cada uno a su manera, sepa que no hay con qué clausurarlo. La curiosidad es infinita. Nacemos con ella, crecemos con ella, morimos con ella. Sin embargo, los mitos fundacionales de nuestra civilización emparejan la curiosidad con el infortunio o con la tragedia. Eva mordió la manzana y cayó en desagracia el entero género humano. El deseo de explorar lo ignoto precave contra la incertidumbre, aunque se valga de ella para progresar, quién sabe dónde. Mi abuela me recriminaba si me veía particularmente inquieto por saber.
16.8.23
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