Mi abuela, a la que todavía echo en falta, venía a decir que los relojeros, por ver de nuevo al cliente, por amor al tintineo de la caja, siempre dejaban una pieza sin engarzar, un tornillo sin colocar. Así la vida se obstina en no dar tampoco el acabado preciso a su terca maquinaria de reloj averiado. Lo cual conduce al más sobrecogedor poema escrito en lengua castellana.
Ajedrez
I
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,Las
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Jorge Luis Borges
Dedicado a la memoria de Luís Sánchez Corral, mi profesor de Teoría Literaria, que nos dejó y al que también echó en falta, con el que compartí café y Borges algunas tardes en El Platanín, en la calle Jaén, y en el seminario de Lengua de la Facultad, del que me acuerdo con afecto y gratitud y por el que, en ocasiones, razono que escribo. También a Rafael Roldán, a Pedro del Espino, por saber que les agradará leer de nuevo el poema.
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