6.8.23

Elogio de los perros

 Hay perros que se parecen a sus dueños y dueños que se parecen a sus perros. El trato hace que se concilien los vicios de ambos. No se ha visto que un perro lea un periódico, pero algunos hacen como si pudieran. Tampoco que un dueño de perro ladre, pero algunos se esmeran y logran resultados admirables. Se tiene la idea de que un perro es el mejor amigo del hombre. Yo no he tenido perro en la vida, así que no puedo decir que alguno haya sido amigo mío, pero he visto esa amistad en los perros de los demás y aprecio la lealtad con la que se ganan el aprecio de sus dueños. Hasta la palabra dueño, usada así, entre lealtades y amistades, suena mal. Valdría más otra o ninguna en especial, pero hablamos por inercia y creamos propiedades falsas a poco que nos dejan. No sé la causa por la que no ha entrado todavía un perro en mi casa. Supongo que por imaginar que no sabría darle la atención que merece o porque no tendría un sitio apropiado para acomodarlo o por cualquier otra a la que ahora no alcanzo. Mi amigo J.A. solía decir que su perro amaba a Verdi, en particular, y el bel canto en general. También que le ponía de los nervios los ladridos del perro de su vecino. Se puede sentir ese brote colérico por un perro o por su dueño. Del animal, al menos, se tiene la certeza de que obra con más dignidad, sin que pueda comedirse o excederse según la asistencia a su discurso. De los dueños habría mucho más que decir. Algunos ni se dignan a hincar la cerviz y recoger las deposiciones de sus animales. Hay aceras intransitables, calles que pertenecen a la dejadez de algunos que pasean a sus perros y no atienden a la más mínima norma de civismo, imponiendo su libertad a la mía, impidiendo que los demás podamos caminar sin miedo a que un descuido plante nuestro zapato en una mierda que, en sentido estricto, es de su entera pertenencia, pero no es culpa del animal, cómo habría de serlo, es responsabilidad de quien decide tener un perro, que no es (insisto) un asunto fácil. En cierto modo los perros vendrían a ser miembros añadidos a la familia, no puedo entenderlo de otro modo. Por eso me irrita sobremanera quienes banalizan esa pertenencia y los maltratan de muy variadas maneras. Se tiene un perro porque uno sabe cómo cuidarlo. No hace falta que se les erice el pelo o abran los ojos o enhiesten sus orejas cuando escuchan un aria de Verdi o un pasaje sinfónico de Mahler. Tuve un amigo (ya no está con nosotros) que se afanó en conseguir que su hijo amara el blues. No sirvió que en casa se escuchara a diario, ni que el niño en cuestión acudiera en familia a conciertos. No tenemos hijos para que refrenden nuestros vicios. Lo que sí he comprobado (no una vez, sino muchas) es la manera en que muchos de esos perros domésticos, criados en casa, sacados a pasear cuando es preciso, cuidados con afecto y acostumbrados a recibir la caricia del dueño (ay, otra vez, perdonen) obedecen y saben si deben quedarse fuera o entrar, si callar cuando se requiere o ladran cuando se espera que lo hagan. Lo de colgar vídeos en facebook donde los perros hacen cosas graciosísimas no es cosa a la que yo me incline, aunque alguna vez haya esbozado una sonrisa o sentido, a veces muy adentro, que son más humanos que muchos de nosotros. Luego está el que les da dignidad mayor que a los de su propia especie. También he visto eso. Perros a los que se le conceden privilegios que ya quisieran muchos humanos. No tener uno hace que el texto sea una tentativa de texto. Como el sacerdote que habla sobre el matrimonio con magisterio y jurisprudencia. 

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