El cascoporro es en el Moliner una especie de "gazpacho hecho con pimiento y tomate". En su origen culinario, a falta de potenciadores del sabor (la industria química no tenía el predicamento actual), al gazpacho se le añadían higadillos majados en un mortero, casquería grosera que sublimaba la sensación de plenitud gustativa. También era un pisto y, con toda probabilidad, la acuñación mantenía la misma raíz gastronómica. Hay hasta un regusto a morro, a careta, a patas, a sesos, a lengua y a callos cuando se pronuncia. La mutación del sustantivo a locución adverbial modal, viniendo a significar lo abundante, a mansalva, a saco, a manta, a mansalva, cuanto concurre con colmo, similar a lo que se produce "a mansalva" o "a porrillo", no está documentada a entera satisfacción de quien exige una etimología o una trazabilidad semántica. En todas las acepciones, coloquiales ellas, extraídas del vulgo decir, prevalece la idea de una cantidad suficiente o excesiva, a veces tumultuosa, ejercida a conciencia, sin discreción. Pareja a esta, la expresión "a calca porra", de donde puede proceder, la recoge Juan del Enzina en uno de los villancicos incluidos en su Cancionero de Palacio, rendido a la consideración de los Reyes Católicos. Dice así: "Hoy comamos y bebamos / y cantemos y holguemos, / que mañana ayunaremos. / Honremos a tan buen santo / porque en hambre nos acorra. / Comamos a calca porra, / que mañana hay gran quebranto."
A veces se escribe a cascoporro. Es una literatura no contenida en su envoltorio formal, tiende a no comedirse, a extenderse y hasta desentenderse del cometido que se le encomendara. Además, contiene crudeza, exceso, esa sublimación de lo estentóreo o de lo que, al pujar, hace ceder las costuras que lo ciernen. Hay lectores ubérrimos también. Se dan con feliz frecuencia, logran el milagro de que los días se alarguen cuando desobedecen a la realidad y se guarecen en la que encuentran en los libros. También hay quien censura ese vicio, no yo. Si fui alguna vez lector voraz, debió concurrir en mí esa felicidad privada, enemiga a veces de la vigilia y de sus primores, que no ha sido mantenida, unas veces a mi pesar y otras, por cordura, por estricto sentido de la convivencia con los demás, a mi entero disfrute. El letraherido es una especie feroz. Su dieta es léxica, sintáctica, paralingüística. Escribe y lee (cantando y holgando) por si el ayuno lo ocupa mañana. No sabemos a qué santo honra o si es el hambre lo que lo acorra, pero de seguro que se entregará sin desmayo, a calca porra, a cascoporro, conjurado y abastecido de esa fe sencilla de quien tan sólo avanza y a todo le da atención y con todo cree estar alimentando su espíritu, no vaya a ser que un gran quebranto lo abata mañana y no tenga con qué sanar su desolación.
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