Los cazadores en la nieve, Pieter Brueghel el Viejo, 1565.
Habrá cien maneras de decir nieve. Alguna será nieve tan sólo, pero las demás cuentan para quien no ve siempre la misma nieve cuando la nieve ocurre.
Será la nieve de su niñez la que vuelve o la de un cuadro holandés que hubo en casa o la nieve pensada en la eclosión de la luz absoluta en el rigor del verano.
Se tiene de la nieve una apropiación siempre relativa, que no cuadra con el hecho objetivo de que todos esos pequeños cristalitos de hielo se precipiten desde el altivo cielo y blanqueen la tierra y triunfe el invierno en el corazón del que mira.
La nieve es lentitud y clausura, rumor en la inminencia de la muerte.
La nieve es silencio puro. Nada la aparte de su oficio quieto, como de fantasma o de catedral o de gacela muerta.
Digo nieve y digo pájaro trenzando de volutas el aire frío.
La nieve escribe un palimpsesto de lujuria antigua, pero el poeta se frota las manos, tiembla como un niño recién arrojado al mundo, como un dios súbitamente expulsado de los cielos y sentado en la mesa del hombre.
La nieve es siempre una cosa de la infancia.
Se embriaga el pulso de pureza y no da con las palabras: todas flaquean, ninguna conviene a la formulación invisible del paisaje.
Humilde, la nieve prospera en la memoria.
A su manera, antojadiza y perfecta, troca en lágrima o en nube.
Si cierro los ojos, veo la nieve infinita de todos los cuadros holandeses en todas las casas en la que ya no vivimos.
Muda, la nieve desangela el primor de la mañana.
Mis pulmones están tomados por la nieve. Mi cuerpo vive en plena glaciación cuaternaria y mi corazón es un témpano de piedra blanca que pugna por acallar el tumulto de la sangre.
La nieve es bucólica y se cuenta con adorno pastoril.
Es la serenidad del ánimo y la brusca revelación de las tinieblas.
Todos los pintores holandeses del siglo XVI aman la nieve. Con ella adornaron las paredes de las casas suntuosas con motivos felices, no los severos cristianos, los de las figuras de santos que sufren la dureza de la carne y la fragilidad del espíritu.
La nieve es también un secreto fiel a sí mismo, invariablemente confinado en el milagro del aire cuando se resuelve pájaro y tirita porque hace frío.
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