Creo en las barbacoas de 1969 con Elvis tomado por la pandemia de la sangre, en Peppa Pig cuando recita poemas bucólicos en las liturgias secretas del cosmos, en la primera eclosión pura de la luz, en el fermento, en la semilla, en todo lo que germina y se iza, en las catedrales góticas al atardecer, en el cuarto principio de la termodinámica, en las cheerleaders del 78, en lo inverosímil sublimado, en el eco de las primeras palabras, en la fluctuación del ánimo, en la reverberación del alma, en los músicos de blues negros hasta arriba de pólenes de algodón, en cualquier gato de Cortázar, en las taxonomías de la carne, en la efusión del espíritu, en la nicotina en los dedos de un poeta surrealista, en la nomenclatura del frío, en la indulgencia, en la resurrección de los muertos, en el milagro de la transubstanciación, en la letra de todos los boleros anteriores a 1980, en las timbas de póker en los sagrarios de los pueblos perdidos, en las noches en Cartago, en Borges al citar a Shakespeare y a Quevedo en el episodio del puñal de Marco Junio Bruto en la carne de César, en la lentitud de los jardines, en la tristeza de los balnearios, en la lengua de mi madre, en las turgencias de una novia de 1981, en el mar cuando recuerda sus naufragios, en Peter Pan mirando a Wendy Moira en un sueño del Capitán Garfio, en la trigonometría, en la numismática, en el dodecafonismo, en los diagramas de Venn, en las vírgenes zumbadas, en las libaciones de las naturalezas muertas, en el temblor cuando la belleza irrumpe, en Cioran en las catedrales, en Bach en un trance, en Johnny Cash en las cárceles de Utah, en la silla de Glenn Gould, en los exoplanetas que duermen en el éter, en los libros de caballería de Alonso Quijano, en los moteles donde el desquicio de Humbert Humbert iluminó a Nabokov, en Radio Tirana transmitiendo música balcánica, en los abducidos que vuelven con noticias del Big Bang.
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