Para Mamen, que lee a Belli con vocación de pozo.
Enhebraron la luz en la obscena acometida de la sangre. La luz era un jinete. Un jinete joven hacia el ocaso. Era sed y un caudal de fuego apresuraba el verano. El amor se aprende por la noticia de su cese. Cuenta avara la del tiempo, registra el poeta en su corazón. Ahora acepto el fluir desordenado de las horas. Las mido y las peso. Las beso y les hablo. Muerdo un vértice de loca fiebre sin lenguaje. No saber decir es mejor que callar. El silencio se descarría como un tren sordo. Hemos descendido al candor de los primeros besos. Uno a uno. Todos los besos son una quimera. Una quietud de nieve sin nadie lame la costra del tiempo. El de los besos es un índice de la historia del hombre. Alzo el dedo y fantaseo con tocar la claridad del aire. Un ángel acude al entusiasmo azul de mi canto. Vano esplendor, vértigo hueco, hambre ebria. Una precisión de espejo de la que brota un desvarío. El alma es afuera por una única vez y se gusta. Todo es hondura, hondura y esplendor, vacío y eco. La trama es sencilla, se repite con cruel insistencia. Está a medio hacer el cielo, se ven las costuras, se oyen crujir. Es la ciega medida de las palabras, el torpe huir del paisaje. No hemos dicho todavía, ni habrá nada que decir en adelante. Un hombre abre con desmesura sus ojos hasta que arde. El fuego ocupa la tarde que bulle como un beso novicio. Este desnudo en mitad de un sueño, esta ola sin melancolía. Sucede la vida mientras no voy a ninguna parte. Esta luz de temblor y clausura es de los poetas. Ellas la cogen en sus manos y la mecen con infinita dulzura. Uno tras otro concurren los años compartidos con el miedo. Danzan con la espalda cansada y el gesto subjuntivo. Tarda uno la vida entera en descubrir que era suya. Lo que es del silencio regresa siempre a su causa antigua. No hay dolor que no acabe ahuyentado por la insistencia. Me explotan cien sonetos en el pecho, soy el poeta. Con cautela, con el primor del arquero ciego, escribo uno. Cuento la fragancia de las sílabas, ordeno el festín de los verbos. No hay que aspirar a lo eterno, la vida empieza y acaba tan aprisa. El dulce vino de las palabras es flecha y es arco. Mi piel es un atlas que conoce el ruido del dedo cuando alguien busca un paisaje. El temblor de una mano la percute. Hay campanas, hay un tañer de látigo que espera el eco de una nube. Noche sola en el tiempo. Sola y ciega como un libro que no enciende la soledad con la ebriedad de las palabras. Soy el eco, soy el látigo, soy la campana. Todas las mañanas del mundo me pertenecen. "Soy la mujer que piensa./ Algún día / mis ojos / encenderán luciérnagas".
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