«Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada».
Las babas del diablo, Julio Cortázar, 1959
Julio Cortázar maneja una Remington o una Contax. La máquina de escribir y la máquina de fotos. Blowup, deseo de una mañana de verano es la película de un cuento que no consigue, en modo alguno, informar sobre ninguna historia y sencillamente discurre, impasible, por los vericuetos siempre falibles del lenguaje y los mecanismos ortodoxos sobre la forma de contar un cuento. Las babas del diablo, en el que está basado la película de Antonioni, es la quintaesencia narrativa del Cortázar que adoro.
La conclusión es que el cuento no puede ser contado porque la realidad no es aprehensible o porque Cortázar admite que su asentamiento en el mundo es accidental y sujeto al impreciso concurso del azar. Lo que se cuestiona es la fidelidad de lo narrado, la veracidad de la literatura, que es tanto como resolver la sustancia del tiempo o la idoneidad del lenguaje. En todo este embrollo de naturaleza enteramente filosófica o semiótica o críptica, Antonioni hace un thriller y un documento perdurable sobre el Londres de los 60 que, a día de hoy, se deja manejar sin pérdida alguna de contemporaneidad, convertido en un conjunto modélico de imágenes más que un film. Antonioni filma una ciudad delirante: un Londres conmovedor, intrigante, extraño. Todos los personajes que lo transitan parecen irreales o están a punto de ingresar en alguna irrealidad más en consonancia con los sueños que con la vida. Y resulta que lo único verdaderamente real es una fotografía o una serie de fotografías que han registrado un asesinato. Era el modo de contar, esa Nouvelle Vague tapada y antológica: director italiano, argumento de un argentino (aunque parisino en el alma) y rodada en el alegre y conciliador Londres de los sesenta en fastuoso color. Además el inglés es el idioma de uso. Una feliz paradoja.
El propósito de Cortázar/Antonioni es indagar en lo real para rebajarlo de verismo. Todo el film es una continua manipulación. Los colores de los edificios están sometidos a los volubles estados de ánimo de Thomas, el despreocupado, frívolo y cínico fotógrafo de moda que, en sus ratos libres, cámara al hombro, sustrae a la realidad sus flecos, sus hilos, traducibles en fotografías. ¿ Qué es una fotografía, al fin y al cabo, sino un robo a la realidad ?
El crimen invisible es un mcguffin perfecto: una excusa para sostener durante hora y media una reflexión sobre los automatismos de los sentidos y cómo confiamos en ello al punto de no someter lo que nos ofrecen a filtros más exigentes que pueden desvelar el verdadero sentido de lo visto o de lo figurado. La cámara de fotos, la Contax de Cortázar, deviene en objeto divinizado que es capaz de inventariar fiablemente el caótico mundo ofrecido a nuestros ojos y que aceptamos sin cuestionar su esencia, su vértigo.
Blowup ha sido justificadamente convertida en cinta de culto para cierto sector de la crítica cinematográfica y tal vez también justificadamente convertida en cinta incomprendida para un cierto sector de la audiencia que ve en ella un exabrupto metalingüístico, un revolcón de ideas sin excesivo asiento racional y un desfile surrealista de personajes tronados que, en esa época, en el boom cultural cerniente, encontraron en el rock, en el sexo y en el rock un acicate para encontrar la felicidad. No dudo que así lo hicieron. El propio Cortázar la vio en Amsterdam y reconoció haber disfrutado de la plasmación en imágenes de su cuento ( Las babas del diablo ). Refirió que el cine es una máquina estajanovista de hacer dinero: él recibió unos miles de dólares por consentir el uso de su relato y Ponti, el productor, recaudó varios millones. Antonioni, del que cuento con su cine para reconciliarme con el cine, fue un indagador puro de la imagen cinematográfica.
«La fotografía es una manera de luchar contra la nada». Eso dijo. Buscó con apasionamiento los límites del lenguaje de las imágenes. Se aplicó en dar voz al silencio. Su cine (no abundante, imprescindible) es maravilloso. Se disfruta más cuento más cine se ve. Junto con Fellini, trascendió ese neorrealismo que marcó una feliz etapa del mejor cine europeo del tercer cuarto del siglo XX. Pretencioso a veces, pagado de sí mismo, intelectual cuando debía ser solo un contador de historias (en eso tenemos a John Ford, a Alfred Hitchcock o a Howard Hawks, que ahora recuerde) Antonioni es un grande. Ayer, al ver de nuevo Blow up y no hace mucho La aventura (con mi amada Mónica Vitti) sentí el gozoso indicio de que hay cine maravilloso que podemos volver a ver para perdonar que el de ahora (perdónenme si pueden) no dé la talla.
Como detalle añadido siempre es curioso ver a unos jóvenes Yardbirds ( Eric Clapton hecho un muchachote ) amenizar la estatuaria asistencia que no pestañea ante el desgarro sonoro al que están siendo objetos. Jeff Beck rompe una guitarra al más puro estilo Who y Jane Birkin aparece por primera en un film. La banda sonora es de Herbie Hancock, un cazador también, un extractor de las sutilezas que la nada cela.
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