30.9.22

273/365 Emilio Adolfo Westphalen




Urge lo no pensado, toda esa locuacidad de lo invisible. Delirar es un mecanismo de defensa. El amor no explica nada: inquiere, duda, ofrece y se retracta. A lo más que alcanza es a fulgir. Luego se desvanece y emerge. El amor es ese súbito destello. Sucede a veces. Al declarar la sombra su tornadiza sustancia de luz, el objeto que la anuncia desaparece. Oculta bajo el entenebrecido paisaje de un sueño, discurre la vigilia del que duerme. Toca el poeta novicio la misma sustancia de la belleza y, en ese esplendor sobrevenido, olvida las palabras. Es una mujer la que me nombra. Incesante. Allá donde el fantasma irrumpe desaparece el miedo. La única consideración del trabajo que acepto sin discusión es aquélla que declara lo bien que se siente uno cuando lo ha concluido. No abunda el recato. A veces ni el semántico. Di a la beneficencia mis pecados más populares. El verdadero drama del hombre es que no tiene bastante con los que conoce y continuamente anda inventando otros. Sienta bien no tener asiento. Antes de perderse en la amoralidad de la pared, el ladrillo es un objeto de una hermosa inutilidad. Conocerse uno mismo sin saber para qué. Hay que estar muy aburrido o muy desesperado para perder una mañana contando sílabas y después dejar el soneto a medias. En plena conformidad conmigo mismo, habiendo considerado con mesura, la conveniencia de mis actos, porque uno se manifiesta en actos, aunque sean las palabras las que concurren primero, resuelvo amar por encima de todas las cosas, amar sin que la flaqueza me arredre. amar el azul del cielo cuando el día irrumpe, amar el pan del desayuno en la cocina, amar el olor a café en la casa, amar el silencio con el que escribo cada mañana, nada más levantarme, antes de que la cabeza se aclare, (no aseguro que lo haga) y se ocupe de las obligaciones que a ciegas se le asignan. Amar lo que adentro refulge, amar el celeste eco de lo abierto. Tiende el amor a darse entero. Me tumbo en un lecho como la luz tienta la convocatoria horizontal de la tierra. Amo los espacios cerrados de un cuerpo ofrecido como un salmo. El mundo es un decir sin materia, una piedra sin palabra. Me dejo crucificar por el viento. Oigo la herida pulsar las cuerdas del universo. Su sangre medita perderse. Mi cabeza anhela verter su vasta geometría en un cuenco pálido, en un sueño mudo, en un verso roto. Un río se despeina en el sueño de una gacela.  


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