David Mamet es un escritor de fondo, no aparece en los suplementos culturales con frecuencia, no desea esa notoriedad que otros escritores peores que él ansían como si ése fuese el verdadero propósito de su escritura, el de arrimarles fama. Manifiesto es un libro sobre teatro. De hecho, su título en inglés original es ése: Theatre. Pero hay más: está su amor por la ficción, su finura, sus opiniones. Mamet es un oráculo. Se lee con delectación. En algunos tramos se lee como si asistiéramos a una conferencia magistral. Una de las cosas que más me han afectado es la del trabajo. Pide al dramaturgo (por extensión a cualquiera que escriba) que se esmere en la trama. Dice que todo es eso: un buen argumento, no hay más, no debería haber mucho más. Si calzamos una buena trama, todo lo demás vendrá solo, sin que nos esforcemos en demasía. Me gusta el Mamet provocador, el que hiere adrede, el que no se arredra cuando mete el dedo en la herida y desmonta (y cómo) instituciones como Broadway o el método Stanilawski. Me gusta su escritura, que fluye con una normalidad asombrosa. Pareciera que no le cuesta trabajo. Tiene esa rara habilidad de convocar las palabras y dejar que ellas se arracimen hasta formar un bloque compacto. Se tiene la impresión de que no hay manera de expresar mejor las cosas. Escribir, corregir. He ahí el método.
»Me gusta el entretenimiento de masas. Yo mismo he escrito entretenimiento de masas. Pero es lo contrario del arte, porque la función del entretenimiento de masas es seducir y adular a los consumidores, para transmitirles la idea de que aquello que consideran cierto es realmente cierto, y que sus gustos y su gratificación inmediata son la máxima prioridad para el proveedor. La función del artista, por el contrario, es decir: ¡Un momento! Al contrario, todo lo que habíamos pensado es incorrecto. Debemos revisarlo.»
Mamet se lee en pocas sentadas. Imagino el placer de quienes aman el teatro de verdad. Yo soy un amante amateur que no finge su inocencia, ni la esconde. Mamet es pedagogía. Hace poco leí una entrevista en un suplemento dominical en el que defendía las armas y rezaba para que Dios aliviara el mal en la tierra y nos encauzara hacia el buen camino. Incluso eso me fascinó. Que no sea perfecto, que haya algo en lo que no podré estar de acuerdo.
Luego está el cine: Glengarry Glen Rose, El cartero siempre llama dos veces, Los intocables de Eliot Ness, El caso Winslow, Vania en la calle 42, State and Main, que recuerde ahora. Además escribe estupendamente. Y tiene citas antológicas. De tatuarse en el brazo son.
«La tragedia no es un canto a nuestro posible triunfo, sino a la verdad: no es victoria, sino resignación. Buena parte de su poder apaciguador proviene de nuevo de aquella consideración de Shakespeare: cuando ya no hay remedio posible, tampoco hay dolor».
No hay comentarios:
Publicar un comentario