Josep Pla es una especie de Chesterton o un Montaigne del Ampurdán o un Baroja más viajado. También un cínico, un auténtico vividor para el que la escritura fue un asiento para tomar aire, registrar lo observado y continuar el recado de avituallarse de pura vida. Consta que escribió más de treinta mil páginas, lo cual hace difícil comprender si dormía o su vigilia era de un tamaño extraordinariamente elástico, no disponible por quien no dispusiera de ese ánimo suyo por abrir mucho los ojos y aplicar con diligencia el oído para que nada se le escapase. Fascina esa famélica disposición de sus sentidos, que no se contentaban con nada y solicitaban más vitualla con la que aprovisionarse. A Josep Pla le acompañó el whisky hasta que se murió. El whisky y el tabaco. No sé con qué se animaban Chesterton o Montaigne. No es la idea de que, ebrios, van a alcanzar una creatividad mayor. No es cierto. Se escribe por razones que ignoramos, leemos por las mismas, vivimos sin saber los porqués. Así beber o fumar. El escritor indaga solo para ofrecer su mercancía de preguntas. En esa rendición, se hice acompañar por variadas herramientas. El lector también se pertrecha de las suyas. razona las respuestas, pero llega un momento en que únicamente las contesta si formula preguntas nuevas. Hay días grises que se animan con más días grises. Días sobrios que no rivalizan con los ebrios. En el hábito, el gris deja de ser algo incómodo. Hay días festivos que se vienen abajo si se aficiona uno en demasía a repetirlos. ¿Recuerdan eso de que a la tragedia se le adiciona el tiempo y sale una viñeta cómica? Escribir tiene algo de humorada. Por eso Pla bebió hasta que no pudo beber más. Joven todavía, escribió que era un desgraciado por no haber probado las ostras. Su competencia cosmopolita (viajó mucho) no le arrogaba la virtud de la sofisticación. Prefería el vino. Su ingesta ayudaba “a comprender el gusto eterno e inconmovible de las cosas elementales: la dulzura del fuego; la fina elipse del vuelo de un pájaro: el color de un asado; el dibujo de una hoja; el perfume de una hierba; el parpadeo lejano, frío, indiferente, de una estrella”. Se alimentaba de alcohol y nicotina y no dejó nunca de escribir sobre los apetitos, a los que no descuidaba. Su mundo era una fiesta constante, pero bastaba un pequeño descuido, del tamaño de una frase mal ensamblada o de un adjetivo torpemente arrojado a los perros, para que se desmoronara el búnker recién armado. Ahí es en donde el escritor que disfruta con lo que hace encuentra los más grandes placeres: cuando funda otra vez el mundo, en el momento en que solitariamente advierte que es un dios caprichoso y rudimentario, un demiurgo un poco cabrón si se esmera, un voyeur total al que no hay forma de corregir, un verdadero hijo de la gran puta con los ojos malos, pero feliz en su condición humana. Pla escribe con una sencillez fluida. Su español es soberbio. Menospreciado por demasiado catalán entre los españoles y por los catalanes por no ser genuinamente combativo, se condujo con habilidad para desoír a unos y a otros. Pla era más narrativo que novelístico. o probablemente tengo una vaga disposición para escribir las cosas que he visto. Mi vocación más visible es ésta". Leer a Pla (El cuaderno gris fue mi deslumbrante primer libro) es un placer absoluto. Tenía de sí mismo una opinión poco favorable. Nada de lo que escribió le hizo considerarse alguien relevante. Sabía liar pitillos, reír con campechana franqueza y calarse, como su admirado Baroja, la casi sempiterna boina. Tímido y frágil, a pesar de su cinismo y su pedantería, se desvaneció con la sensibilidad intacta. No fingió su inocencia. No se cansó jamás de entusiasmarse. Su continuo asombro es el nuestro.
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