Qué grande es este señor: su saxo tenor condujo mi bautismo en el fascinante mundo del jazz. Junto a Coleman Hawkins y Lester Young forman la triada de oro del saxo tenor en el jazz. Es el romántico por excelencia, el rey de la balada. A la muerte de las big bands - pongamos los años cincuenta - se empeñó en pasear su magisterio sonoro por todo el mundo. Tanto paseó que casi muere de pie, tocando Tenderly o Pennies from heaven en 1973 en un club de la ciudad holandesa de Leyda. Dio tiempo a que el corazón se le parara en el hospital más cercano, en Amsterdam, seguro que a disgusto suyo. Qué feliz debió haber sido caer en el escenario, desplomarse en una octava o en uno de esos solos arrebatadores.
Como otros músicos, su diáspora artística y comercial le hizo ciudadano nórdico. De todos sus discos, que son muchos, me quedo con Reunion blues, un sobresaliente repaso a los standards del jazz con la inestimable escolta de Oscar Peterson en el piano, pero en jazz no hay exigencias, ni ránkings; tampoco el estimable, en otros géneros, estudio de influencias y de arraigo en listas de éxitos y en radio-fórmulas. Ben The Frog, (La rana), Ben Webster es uno de esos músicos entrañables, capaces de enviarnos al cielo con el fraseo suave de unas líneas de Body and soul o Sophisticated lady. La vida precisa fidelidades absolutas, amores inquebrantables, ajenos al concurso gris de los días. Este señor que sopla su instrumento contribuye a la felicidad de este cronista de sus (muchos) vicios.
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