18.9.22

261/365 Dizzy Gillespie

 



I

Distraídamente, leyendo sin ahondar, ejerciendo una especie de zapping lector, accede a veces uno a frases relevantes. El hecho de que estén despojadas de contexto les dan un brillo especial que, en ocasiones, al ensamblarlas con la matriz que les dio carta de ser, se pierde. Valen más que el texto al que se acogen. Como una nota maravillosa embutida en otras que sólo sirven de gris comparsa. La frase la volví a leer este fin de semana, en un suplemento de cultura: “La mayor parte de los escritores no entiende literatura más de lo que las aves entienden de ornitología”. La subscribo. Y casi no indago en saber quién la escribió. Alguien, sin duda, ajeno al mundo de la literatura o muy afín a él, pero sin deseos de hacer pedagogía. Como el ave que ignora que es ave. Como esta tarde de domingo que ignora qué día la precedió y si habrá otra que la continúe. El título de Bird lo tenía Charlie Parker, pero creo que su amigo Dizzy Gillespie era pájaro en idéntica manera. El hecho fundamental es el vuelo. Hay discos de Gillespie que te permiten comprender el vuelo. En algunos, si se está adiestrado, si permite uno que la música empape, no la comprensión lo que concurre, sino el batir mismo de las alas, ese izarse, ese abandonar la costumbre de la topología y abrazar (sin que se tenga que pensar mucho en ello) la de la aeronáutica, solo que no hay ingenio mecánico en el que nos montemos. Es el cuerpo el ingenio. He tenido la ocurrencia de poner hace un rato uno. Una canción suelta. Nada que dure demasiado. Cuando suena Manteca, el mundo sonríe. Lo tengo ahora de fondo. Cierro (es un decir) este domingo de septiembre de poca síncopa y mucho trajín con mi amigo Dizzy. No me ha fallado nunca. Es el pulmón del jazz, con permiso de Satchmo. Lo tengo ahí, a buen recaudo. No sé si yo estoy pendiente de él o es él quien me cuida a mí. Los dos nos llevamos divinamente. Es una de esas amistades inquebrantables. 


II

Hay una escena tristísima en Bird, la película de Clint Eastwood sobre Parker, inmenso Forest Whitaker, en la que el músico pernocta en un motel infame, aquejado de mil dolores pequeños, muriendo de alguno mayor e irreparable, ideando la forma de que los bolos den más pasta y puedan pagar hoteles mejores y sufragar sus caros vicios tóxicos. Dizzy Gillespie, interpretado por Samuel E. Wright, sin embargo, vive en una casa modesta, noble, a la que Bird acude a altas horas de la noche para que escuche una pieza que está componiendo. Dizzy le disuade, le recrimina que toque el saxo en la acera, despertando a los vecinos. Dizzy, con sus gafas de pasta, elegante en un batín satinado, una especie de pequeño proletario del jazz, ajeno a las drogas, incluso enfadado de que su querido amigo las consuma. Parker, desgarbado, ciego, torpe, viciado, atormentado, roto, pensando en el dinero, en el jazz como medio para conseguirlo, en la salvación del alma por el bebop. 


III

"¿Es un tornado? ¿Es un avión? ¡No, es Dizzy!"


Dizzy Gillespie es el músico de la alegría, el de la ebriedad, el de la trompeta torcida, que parecía un instrumento fabricado por Les Luthiers. Lo de la trompeta violentada no fue un rasgo de excentricidad sino un accidente doméstico. En una jam session entre amigos, dejó de tocar al ser requerido por unos periodistas y la dejó en el suelo del escenario de modo que alguien la pisó con el resultado de que la bocina adquirió un estrafalario ángulo de cuarenta y cinco grados. Dizzy, al recogerla y proseguir el concierto, no le dio más importancia. Tocó con ella para asombro de todos. Dijo después que el sonido con el cuerno enhiesto era mejor. Visualizaba mejor la partitura, cuando la había. Su aplicación al instrumento era más cálida, dijo. Las notas, más dulce. No obstante, llevó a arreglar la trompeta y tocó con el instrumento ya enderezado. Insatisfecho con la sonoridad de siempre, solicitó al taller que volvieran a recomponerla para que tuviera la misma falta con la que llegó. "Me dijeron que estaba loco, y les respondí que sí, pero que la quería, y ya he tocado con ese instrumento el resto de mi vida", escribió en su biografía titulada To be or no to bop, juego de palabras que ningún idioma puede traducir. El libro es una enciclopedia del género, una hermosa y divertida (yo me reí mucho) colección de anécdotas, un tributo a todos los compañeros con los que recorrió los cinco continentes durante casi medio siglo.


 

IV

Dizzy, en inglés, viene a significar mareado, un poco alocado también. Tocaba con ese abombamiento excéntrico de los mofletes que tienen los trompetistas (elevando la bocina al cielo) cuando no tienen nada de aire en los pulmones y el corazón percute la sangre como un martillo en una fragua. Esa cara elástica es la cara del jazz. También su humor, que desplegaba en los conciertos, haciendo broma de casi todo, salvo de sus músicos, a los que presentaba con colmo de solemnidad, aunque guardara alguna chanza y rebajara el improvisado (estamos en jazz) tono serio de la alocución. Un amigo me dijo que vio a Dizzy Gillespie en Granada creo que a finales de los ochenta. Para entonces, yo sabía poco de Dizzy, había escuchado poco jazz y hasta puedo asegurar que sabía poco de nada y había escuchado poco de nada. Tocó con Phil Woods al saxo, Bobby Hutcherson al vibráfono y Tete Montoliú al piano, todo esa información la he arañado después, para mi asombro y envidia. Es el hombre que tomó el relevo al Rey Armstrong, el gigante, el pionero, Dios con una trompeta, con permiso de Miles Davis, lo cual es una responsabilidad enorme de la que salió robustecido él mismo y el jazz. En 1991, dos años antes de morir a los 75 por un cáncer de páncreas en un hospital de Englewood, el hombre que había inventado el bop, hecho que la música afrocubana entrara en el olimpo de los grandes clubs y haber enamorado a medio planeta del jazz, participaba en la película El invierno en Lisboa, la película de José Antonio Zorrilla sobre la (estupenda, la mejor suya en mi opinión) novela de Antonio Muñoz Molina del mismo título. "Creo que me va a gustar eso de vivir y morir en una película que refleje el mundo del jazz". Recuerdo sentir una especie de conmoción al verlo en la pantalla. No acababa de aceptar que ese personaje tuviera a Gillespie como actor. Me imagino a todo el mundo en el rodaje arrodillándose a su paso. Yo lo hubiera hecho. 

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