9.9.22

Las rendiciones

 

Nunca he estado en la laguna Estigia ni en la calle Bourbon. No he escuchado a Brahms en Trieste ni me han besado en la periferia de una ciudad industrial de la cuenca del Rin. No he tenido la opulencia de los primeros bardos cuando la luz era una inminencia de prodigios y el cielo entero dialogaba con la primeriza tierra. No he convocado la dicha al recitar mis salmos ni hablado con Dios en un descuido de mi sangre. 


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Hay gongoristas de Utah, hay gongoristas del Bronx, hay gongoristas de medio pelo y gongoristas afro. El gongorismo está extendido. Pronto el gongorismo será una iglesia: tendrá fieles, recitarán las soledades, saldrán extasiados del culto. Ojalá me llamen. Soy gongorista privado, soy tímido, no tengo la palabra desbocada en la boca ni me crecen endecasílabos en el pecho. 


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Bellísima pastora, todo es melancolía.


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Dios te salve, Sigmund Freud. Dios salve tu barba emérita, tu capacidad de sufrimiento, tu arcángel mudable, tu reino en el aire.


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No haber tenido una novia con un doctorado en literaturas germánicas medievales, una novia que beba a morro en las fiestas, una novia que sostenga en público su absoluta confianza en la bondad del género humano, una novia con un padre políglota, una con el pubis panteísta, una novia que haya leído a Borges y a Kafka en estado de trance, una novia que posea toda la discografía de Janis Joplin, una que tenga todas las noches el corazón contento, el corazón contento, lleno de alegría. 



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