Creo haber tocado esa campana muchas veces, pero igual fue una y la nostalgia ha multiplicado el recuerdo y ha sublimado aquel instante. Del colegio en el que estuve tengo la idea de que sigue igual, aunque lo derribaran y levantaran otro. La memoria no se deja perturbar por la maquinaria de la modernidad y trapichea con lo que buenamente uno ha ido arrumbando. Acuden recreos que siempre resultaban de una brevedad inaceptable, nada que no cunda entre los alumnos de ahora. Los míos de entonces permanecen como si no hubiese pasado tiempo, ni por ellos ni por mí. Oigo a Raúl Castillo, a José Luis Cobo, a Luis Chacón, a Francisco José Galán Segura, a Antonio Lendines, a Carlos J. Galán Doval, a Rafa y Antonio Jose Flores Romero, a Manolo Serrano. Recuerdo sus voces con asombrosa pulcritud. Recuerdo el atropello al entrar después de formar por cursos en el patio. El olor a tortas de almendra del puesto de la portera. Las escaleras que daban al campo de fútbol de San Eulogio. Que yo sea maestro tal vez provenga de esa pequeña o grande representación de la vida feliz en la edad en que no concurre ni la tristeza ni las preocupaciones. También por haber sido agradecido alumno de Don José Ariza o de Don Pedro Polo o de Don Carlos Galán, que me pulió e hizo de mí lo que quiera que sea hoy. Oigo la campana. Tañe para nosotros, queridos amigos .
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