Leo que Bohr insistía en el hecho de que el lenguaje humano no cumplía su cometido cuando el objeto al que se aplicaba era el átomo. Añado yo con la humildad del novicio que tantea con precario utillaje la realidad que le circunda que si lo muy pequeño es reacio a ser explicado con palabras tampoco lo muy grande escapa a esa inutilidad un poco poética y un poco matemática. El átomo más sencillo (el del hidrógeno) y lo que quiera que sea lo más grande (el universo o un lunes después de un par de meses de vacaciones) no se dejan contar, driblan (Messi ya ha renovado, acabarán poniendo su nombre al Camp Nou) la racionalidad y se engolosinan con la materia oscura, con los universos paralelos y con la madre que parió al electrón, que es zurdo, como mi astronauta. Heisenberg venía a decirnos que observar es modificar o que el sencillo acto de pensar (vamos a un nivel menos físico) hace que lo pensado mute nada más formularse. Todo es frágil, todo es reemplazable. No tenemos palabras para expresar cosas que están al alcance: se sabe cómo son o cómo se comportan, tenemos una idea más o menos certera de ellas, pero merodeamos la claridad y balbuceamos, damos tumbos, perdemos la elocuencia y nos refugiamos (que al menos haya alivio) en la especulación. Ah, qué bonito es especular. A mí se me ha sancionado con cierta frecuencia que especula, que no afirme con rotundidad, que me vaya por las ramas, pero es en las ramas en donde todo cobra sentido: desde ahí la panorámica es más rica, tiene matices de la que otras atalayas carecen. Me parece que este mismo texto no cumple su cometido puesto que el objeto al que se aplica (yo qué sé qué objeto es) se desvanece o se afirma según quién lea. No es lo mismo leer después de haber cubierto un feliz trecho de la jornada que leer cuando la realidad se ha obstinado en contrariarnos y nos molesta hasta el aire que respiramos. Ayer K. me hizo ver que ninguna de las cosas que hemos hecho bien y de la que estamos orgullosos dura mucho: se pueden enturbiar en la memoria de los otros, pueden ser tergiversadas (hola, Heisenberg) cuando se mete mano en ellas, pero si no hay mano que las zarandee, me pregunto yo, para qué sirven. Algo sobrevive a este pandemónium cuántico: es viernes. Da igual que esté de vacaciones y los lunes no tengan el duro apresto habitual. Si pierdo esa pequeña certeza de mi espíritu, estaré perdido. Acabamos siendo pasto de la improvisación, lo dice un amigo mío hoy a propósito de lecturas. El lenguaje lo que hace es improvisar.
16.7.21
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