21.7.21

Dietario 160


A Rafa, a Auxy, a María del Mar, a Antonio


Con la primera irrupción de los libros vino la primera eclosión consciente de la vida. Se ensamblaron con inesperado oficio. Sobrevino con fiereza, se ocupó de hacernos madurar y de convertir lo que quiera que cada uno llevase dentro en algo hermoso. En cierto modo era la belleza lo que buscábamos. Eran años de universidad y de trasiego de carpetas y de cuadernos y de bares con mesas de billar y hambre por saber y por adquirir la experiencia con la que trasegar los días y postularse en algo. Mirábamos con ansia, tocábamos con ansia, teníamos ese ansia como herramienta y la apurábamos sin pudor, como si el tiempo delatase una clausura y nos arrastrase. Ansia por lo invisible y por lo tangible. Los libros se llenaban de la vida de afuera y la vida se impregnaba con incomparable vigor de los libros. Teníamos hambre y sed, eran esas carencias a las que continuamente les dábamos la más alta atención. Algunos con vehemencia. Todo cuanto vino después (lo que aún hoy perdura) proviene de esos años, aunque careciéramos de certezas y tan sólo pretendiéramos disfrutar y coger lo que se nos ofrecía para saciar ese afán limpio y obsceno a la vez, lírico y prosaico, sagrado y también pagano. Éramos paganos por inercia. Nuestra misión en el mundo era cegarnos por su belleza. Eso no era algo que entonces supiéramos, pero íbamos hacia la llama y no nos importaba quemarnos. No de fuego sino de luz. Sigue encendida esa luz: ocupa la sombra que se cierne a veces y nos desalienta. Acudimos a ella con absoluta alegría. Aprendíamos sin la obligación de hacerlo. Fueron los años en que se desprendió la inocencia y también los que construyeron la pequeña o grande idea de la felicidad con la que cada uno fue creciendo y llenándose de vida. Se ven ahora sin nostalgia, no echo de menos nada de cuanto ocurrió (y bien podría) y, a poco que se piensa, tampoco creo que faltara nada. Se fue uno tanteando, qué difícil eso. Adquirió la facultad de irse decantando por algunas disciplinas del espíritu y la de aplazar o apartar otras. Ese anhelo continúa hoy. Y se te vienen a la cabeza bares y libros, amigos y discos. Podría nombrar cien bares, cien libros, cien amigos y cien discos. Sabría todavía narrar cómo sucedió todo y cuándo empezó a desvanecerse. Luego vinieron otros afanes. Los del amor y los de los hijos y los del trabajo. Está en construcción la catedral, aunque la fe no la haya propiciado ni se la espere. Hay, no obstante, fe en la voluntad de que acuda y lo sublime todo. Oh, amigos, cuánto os quiero.

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