Vi Becket por primera vez en una sesiones de cine que programaba la Facultad de Magisterio en su aula magna (no eran tan magna y no la vi nunca ejercer de aula) y a las que acudía en la creencia de que algunas de esas películas no eran accesibles, no podían ser retiradas de un videoclub ni esperaba mi ansia cinéfila que televisión las recuperase a beneficio de viciosos novicios como yo era entonces. Recuerdo que la vi por la mañana. Desayuné en la cafetería de la Facultad y me dispuse a mi ración de cine, tan golosa, tan nutritiva. Que fuese en versión original subtitulada le dio un aire del que carecería si hubiesen doblado a Richard Burton (qué voz) o a Peter O'Toole. Mi amor por el inglés salió reforzado y, al tiempo, mi infinito amor por la cultura, que se arrimaba a mi ocio con promiscuidad de amante encelado. Cuando hace unos días volví a verla (en versión doblada, no di con otra) sentí un congoja, una especie de melancolía dulce. No por el tiempo transcurrido desde entonces (treinta y pico años) sino por la serena conclusión de que sigo siendo el mismo espectador avaro y feliz. Hay veces en que el ánimo flaquea y no hay el mismo entusiasmo. Se pude entender esa debilidad del espíritu, pero lo que no hay variado un ápice es el hambre de historias, la certeza (no conmovida) de que el cine es una extensión de mí mismo o yo soy extensión suya. Como si los dos fuésemos una indescifrable (a qué escrutar, por qué hurgar) materia compuesta por los mismos materiales. Veo ahora la grandeza de O'Toole y cierta parquedad en Burton, no sé si entonces advertí ese detalle. Veo la incomensurable trama, por la que recibió un Óscar, el único de los doce a los que aspiraba. Hoy mismo, pensando en qué podría ver en la pantalla de casa, decidí no permitir que ninguna otra película malograra la sensación de plenitud de Becket. Dejaré que pasen unos días. Me conformaré con algún capítulo de la serie en la que ando (Resident Alien, una divertida y digna fruslería) o con la lectura del libro que estoy acabando (Lux, espléndido relato del ahora de Mario Cuenca Sandoval) o algo que no preveo. Qué placer tan enorme no saber con qué alimentarse. Estoy hambriento y hay tanto con lo que paliarlo.
1 comentario:
Estupenda película sobre un amor despechado...
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