Siempre tuve del verano la idea de que era la primera señal de que el otoño estaba cerca. Debe ser algo orgánico, no tamizado por el escrutinio de la mollera, ni de fácil explicación cuando me da por decir que el verano no es de mi entero agrado. Argumento como puedo, me explayo en las partes en las que tengo el consenso ajeno (las tardes infinitas, el rigor del calor, la piel sudada) y doy pinceladas de otras que sé muy particulares mías y que no son (ni pretendo que sean) compartidas con los demás. Por lo demás, el verano es el mar, aunque esté lejos. No su uso, sino su presencia. El paisaje, su condición de ancla a algo que, no teniendo, hace que no esté del todo desubicado. Y me quedo con los huecos que deja cuando nadie lo mira. No la tangible certeza del mar, sino su verdad en mi memoria y en mi ensoñación.
9.7.21
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