Fotografía: Jürgen Schadeberg. Rute. 1958
Creo que es la fotografía que yo hubiese querido hace de ser fotógrafo y haber confiado en que es posible contener el tiempo en un instante o hacer que no decaiga nunca un hilo de la realidad que podría haberse despeñado en la memoria, convertido en algo más que polvo, en omisión, en abandono, en extravío, en desprecio. A la realidad se la desprecia más de lo que pensamos. Hay una sensación de que no podemos retener cuanto percibimos. Al menos yo la tengo. A veces pienso en si no sería posible hacer durar cada pequeña huella de lo sentido y no arrumbarlo al descuido. No ya días, ni siquiera prolongados espacios de tiempo, sino briznas, cómo me encanta esa palabra. Briznas de luz o de sombra que ocuparon nuestra completa atención por un momento y luego se desvanecieron. Y aquí está Jurgen Schadeberg, el fotógrafo oficial de Nelson Mandela, el albacea de su memoria, una especie de biógrafo que prescinde de la fragilidad de las palabras y encomienda su relato a la encomiable (siempre es así) veracidad de la imagen. Me imagino a Schadeberg en Rute, paseando las calles empinadas, buscando una tasca (él no sabría expresar esa palabra) en la que reflejar la misma vida que habría tenido en su Berlín natal o en los bares de Johannesburgo, donde vivió hasta que ya no pudo hacerlo. Queda la idea de que todos somos iguales o de que todos los lugares son iguales. Berlín, Johannesburgo, Rute. La misma gente, el mismo declinar de las pasiones o la misma voluntad de que no se escapen. Pienso también en qué haría tras hacer la fotografía, si lo recogerían en un coche con la idea de que probablemente no volvería a regresar a Rute o con otra, quizá más sensata, de que no importaría esa despedida absoluta. No sabemos nunca si podremos recuperar un momento que acaba de ocurrir. Da igual qué sea, no importa su trascendencia. Pero me intriga (mucho, de verdad) cómo caminaría las calles de Rute, si se tomaría un anís El triunfo. También he pensado en que nadie que aparezca en esta foto estará hoy entre los vivos. Qué implacable el tiempo. Qué manera de perdurar la que tutela para siempre una fotografía.
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