24.1.25

Historietas de Sócrates y Mochuelo / 22




La chanza y la malicia van a veces juntas. Una se vale de la otra para dar más crudo empaque al mensaje. Por desgracia, la virtud no se deja tocar por el humor. Hay un inicial rechazo del que Eco dio cuenta en El nombre de la rosa satisfactoriamente. 


Pessoa dice del pez y de Oscar Wilde que por la boca mueren los dos. 


La virtud es un negocio interesado. Quien la pronuncia con más ardor suele ser quien la desacata con más vehemencia. Se dice esto y lo otro y se esgrime la oratoria cabal para convencer a los demás o para darse convencimiento uno, pero el dicho está lejos del trecho o, expresado (iba a escribir dicho) de otro modo, el caminante desobedece al camino. 


Igual que las hojas en otoño, por más que el árbol las retenga, acaban indisciplinándose, burlonamente cayendo, la virtud suele hacerse acompañar por frutos insumisos que, a la primera de cambio, se sublevan, se desmandan, aplauden el desacato, se desean liberadas del término medio y del superior y del inferior y de cualquier ángulo que se ofrezca para acogerlo. 


Bla bla bla. Hablar es gratis. Escuchar, sin embargo, cuesta, duele. Y Mochuelo está escarmentado, ha escuchado mucho, ha visto mucho: prefiere cierto recato, no desmandarse, no presumir de nada, dejarse ir, seguir aprendiendo (tal vez) o dar a su compañero un consejo sincero o una advertencia rigurosa. Porque no hay nada virtuoso en la medianía. Búsquese en los excesos o en la parvedad esa restitución de lo bondadoso o de lo honesto o de lo íntegro o de lo decente o de lo ético. 


Cualquiera de esos atributos del espíritu van y vienen, suben y bajan, se yerguen y se postran, dicen y se desdicen. 


Por la boca mueren el pez y los virtuosos. Ya saben aquello del Evangelio de San Juan (o San Mateo era) de Jesucristo cuando habló del libre de pecado arrojando la primera piedra. 

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