Francisco de Zurbarán (1598-1664). Bodegón con cacharros. Circa 1650. Óleo sobre lienzo. 46 cm x 84 cm. Museo del Prado.
A los bodegones se les llama naturalezas muertas. Por lo general, contienen vasijas, jarrones, utensilios de cocina, hasta crucifijos o piezas de carne cruda, aparte de la rendición de las clásicas frutas. El fondo negro da a las formas una consistencia que excede la generosidad del lienzo. A pesar de esa pulcritud expositiva, de ser contenidos, de no exhibir otro entusiasmo que el sencillo procurado por la disciplina de los objetos, por la quietud inquietante de su permanencia sin motivo, hay tanto que encontrar en los bodegones. Siempre me pregunté el propósito de hacer que todas esas piezas se junten. Descreo de la armonía que dicen los que entienden de pintura que muestran. No encuentro un propósito moral o una alegoría sobre algo. Y, sin embargo, miro los bodegones con reverencia. Indago en su sobriedad costumbrista, prefiguro al pintor ocupado en mover los objetos hasta que una de las posibilidades lo satisface y acomete la restitución de lo que ha decidido ver. Porque hay una voluntad previa que no sabría explicar ni él mismo, si se le requiriera dar cuentas de ella, justificar por qué sancionar o privilegiar esos objetos. También escribir es un ejercicio de falsa contención. Me imagino que lo único que hacemos los que escribimos es pintar bodegones. Elegimos las piezas, las colocamos donde nos parece, censuramos unas, aplazamos o primamos otras, acordamos un patrón o lo rechazamos. Y el negro de fondo y la luz escogida. Como las personas del verbo. Como el numen ajeno.
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