31.1.25

Dietario 25 / El hombre pequeñito

 


Creo que se prefiere regalar a que nos regalen. Quien se esmera en dar con el regalo idóneo es a él mismo a quien le está rindiendo un presente, él es el agasajado. Pero qué alegría que alguien desee obsequiarnos. Piensa uno: qué habré hecho yo para que piensen en mí y este regalo lo rubrique. Hace unos días, en el patio del colegio, un alumno me regaló un marcapáginas modestísimo con mi nombre dentro. "Para ti, maestro". Ni siquiera es de mi clase. No sé cómo se llama. Si me apuran, no sabría ponerle ahora cara, reconocerlo entre los demás cuando el lunes coincidamos de nuevo los dos en el recreo. Era de papel el marcapáginas, sin la dureza que haría que de verdad sirviera para fijar la página por la que abandone la lectura. Ni siquiera se ha parado a ver qué cara ponía al recibirlo, ni esperó que yo festejara su generosidad con un gracias. No haré que dé el uso para el que se creó, no podría. Lo he guardado dentro de un libro, uno cogido de una balda, al azar de entre los muchos infantiles y juveniles que hay en casa. Me ha hecho gracia que tenga ese título: "El hombre pequeñito". En verdad lo era el zagal que me hizo el regalo. Las cosas que se guardan dentro de los libros importan, permanecen. Como los libros. Quizá vuelva a dar con el marcapáginas en un año o en quince o alguien lo abra cuando yo no esté y se repita la escena una vez más. Hay libros que no se vuelven a abrir jamás, pero alivia saber que custodian la memoria y la salvan del fuego. 

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